martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 10. La «bludger» loca

Después del desastroso episodio de los duendecillos de Cornualles, el profesor
Lockhart no había vuelto a llevar a clase seres vivos. Por el contrario, se
dedicaba a leer a los alumnos pasajes de sus libros, y en ocasiones
representaba alguno de los momentos más emocionantes de su biografía.
Habitualmente sacaba a Harry para que lo ayudara en aquellas
reconstrucciones; hasta el momento, Harry había tenido que representar los
papeles de un ingenuo pueblerino transilvano al que Lockhart había curado de
una maldición que le hacía tartamudear, un yeti con resfriado y un vampiro que,
cuando Lockhart acabó con él, no pudo volver a comer otra cosa que lechuga.

En la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sacó de nuevo
a Harry, esta vez para representar a un hombre lobo. Si no hubiera tenido una
razón muy importante para no enfadar a Lockhart, se habría negado.

—Aúlla fuerte, Harry (eso es...), y en aquel momento, creedme, yo salté
(así) tirándolo contra el suelo (así) con una mano, y logré inmovilizarle. Con la
otra, le puse la varita en la garganta y, reuniendo las fuerzas que me
quedaban, llevé a cabo el dificilísimo hechizo Homorphus; él emitió un gemido
lastimero (venga, Harry..., más fuerte..., bien) y la piel desapareció..., los
colmillos encogieron y... se convirtió en hombre. Sencillo y efectivo. Otro pueblo
que me recordará siempre como el héroe que les libró de la terrorífica amenaza
mensual de los hombres lobo.

Sonó el timbre y Lockhart se puso en pie.

—Deberes: componer un poema sobre mi victoria contra el hombre lobo
Wagga Wagga. ¡El autor del mejor poema será premiado con un ejemplar
firmado de El encantador!

Los alumnos empezaron a salir. Harry volvió al fondo de la clase, donde lo
esperaban Ron y Hermione.

—¿Listos? —preguntó Harry.

—Espera que se hayan ido todos —dijo Hermione, asustada—. Vale,
ahora.

Se acercó a la mesa de Lockhart con un trozo de papel en la mano. Harry y
Ron iban detrás de ella.

—Esto... ¿Profesor Lockhart? —tartamudeó Hermione—. Yo querría...
sacar este libro de la biblioteca. Sólo para una lectura preparatoria. —Le
entregó el trozo de papel con mano ligeramente temblorosa—. Pero el
problema es que está en la Sección Prohibida, así que necesito el permiso por
escrito de un profesor. Estoy convencida de que este libro me ayudaría a
comprender lo que explica usted en Una vuelta con los espíritus malignos


sobre los venenos de efecto retardado.

—¡Ah, Una vuelta con los espíritus malignos! —dijo Lockhart, cogiendo la
nota de Hermione y sonriéndole francamente—. Creo que es mi favorito. ¿Te
gustó?

—¡Sí! —dijo Hermione emocionada—. ¡Qué gran idea la suya de atrapar al
último con el colador del té...!

—Bueno, estoy seguro que a nadie le parecerá mal que ayude un poco a la
mejor estudiante del curso —dijo Lockhart afectuosamente, sacando una pluma
de pavo real—. Sí, es bonita, ¿verdad? —dijo, interpretando al revés la expresión
de desagrado de Ron—. Normalmente la reservo para firmar libros.

Garabateó una floreteada firma sobre el papel y se lo devolvió a Hermione.

—Así que, Harry —dijo Lockhart, mientras Hermione plegaba la nota con
dedos torpes y se la metía en la bolsa—, mañana se juega el primer partido de
quidditch de la temporada, ¿verdad? Gryffindor contra Slytherin, ¿no? He oído
que eres un jugador fundamental. Yo también fui buscador. Me pidieron que
entrara en la selección nacional, pero preferí dedicar mi vida a la erradicación
de las Fuerzas Oscuras. De todas maneras, si necesitaras unas cuantas clases
particulares de entrenamiento, no dudes en decírmelo. Siempre me satisface
dejar algo de mi experiencia a jugadores menos dotados...

Harry hizo un ruido indefinido con la garganta y luego salió del aula a toda
prisa, detrás de Ron y Hermione.

—Es increíble —dijo ella, mientras examinaban los tres la firma en el
papel—. Ni siquiera ha mirado de qué libro se trataba.

—Porque es un completo imbécil —dijo Ron—. Pero ¿a quién le importa?
Ya tenemos lo que necesitábamos.

—El no es un completo imbécil —chillé Hermione, mientras iban hacia la
biblioteca a paso ligero.

—Ya, porque ha dicho que eres la mejor estudiante del curso...

Bajaron la voz al entrar en la envolvente quietud de la biblioteca.

La señora Pince, la bibliotecaria, era una mujer delgada e irascible que
parecía un buitre mal alimentado.

—¿Moste Potente Potions?—repitió recelosa, tratando de coger la nota de
Hermione. Pero Hermione no la soltaba.

—Desearía poder guardarla —dijo la chica, aguantando la respiración.

—Venga —dijo Ron, arrancándole la nota y entregándola a la señora
Pince—. Te conseguiremos otro autógrafo. Lockhart firmará cualquier cosa que
se esté quieta el tiempo suficiente.


La señora Pince levantó el papel a la luz, como dispuesta a detectar una
posible falsificación, pero la nota pasó la prueba. Caminó orgullosamente por
entre las elevadas estanterías y regresó unos minutos después llevando con
ella un libro grande de aspecto mohoso. Hermione se lo metió en la bolsa con
mucho cuidado, e intentó no caminar demasiado rápido ni parecer demasiado
culpable.

Cinco minutos después, se encontraban de nuevo refugiados en los aseos
fuera de servicio de Myrtle la Llorona. Hermione había rechazado las
objeciones de Ron argumentando que aquél sería el último lugar en el que
entraría nadie en su sano juicio, así que allí tenían garantizada la intimidad.
Myrtle la Llorona lloraba estruendosamente en su retrete, pero ellos no le
prestaban atención, y ella a ellos tampoco.

Hermione abrió con cuidado el Moste Potente Potions, y los tres se
encorvaron sobre las páginas llenas de manchas de humedad. De un vistazo
quedó patente por qué pertenecía a la Sección Prohibida. Algunas de las
pociones tenían efectos demasiado horribles incluso para imaginarlos, y había
ilustraciones monstruosas, como la de un hombre que parecía vuelto de dentro
hacia fuera y una bruja con varios pares de brazos que le salían de la cabeza.

—¡Aquí está! —dijo Hermione emocionada, al dar con la página que
llevaba por título La poción multijugos. Estaba decorada con dibujos de
personas que iban transformándose en otras distintas. Harry imploró que la
apariencia de dolor intenso que había en los rostros de aquellas personas fuera
fruto de la imaginación del artista.

»Ésta es la poción más complicada que he visto nunca —dijo Hermione, al
mirar la receta—. Crisopos, sanguijuelas, Descurainia sophia y centinodia —
murmuró, pasando el dedo por la lista de los ingredientes—. Bueno, no son
difíciles de encontrar, están en el armario de los estudiantes, podemos
conseguirlos. ¡Vaya, mirad, polvo de cuerno de bicornio! No sé dónde vamos a
encontrarlo..., piel en tiras de serpiente arbórea africana..., eso también será
peliagudo... y por supuesto, algo de aquel en quien queramos convertirnos.

—Perdona —dijo Ron bruscamente—. ¿Qué quieres decir con «algo de
aquel en quien queramos convertirnos»? Yo no me voy a beber nada que
contenga las uñas de los pies de Crabbe.

Hermione continuó como si no lo hubiera oído.

—De momento, todavía no tenemos que preocuparnos porque esos
ingredientes los echaremos al final.

Sin saber qué decir, Ron se volvió a Harry, que tenía otra preocupación.

—¿No te das cuenta de cuántas cosas vamos a tener que robar,
Hermione? Piel de serpiente arbórea africana en tiras, desde luego eso no está
en el armario de los estudiantes, ¿qué vamos a hacer? ¿Forzar los armarios
privados de Snape? No sé si es buena idea...

Hermione cerró el libro con un ruido seco.


—Bueno, si vais a acobardaros los dos, pues vale —dijo. Tenía las mejillas
coloradas y los ojos más brillantes de lo normal—. Yo no quiero saltarme las
normas, ya lo sabéis, pero pienso que aterrorizar a los magos de familia
muggle es mucho peor que elaborar un poco de poción. Pero si no tenéis
interés en averiguar si el heredero es Malfoy, iré derecha a la señora Pince y le
devolveré el libro inmediatamente.

—No creí que fuera a verte nunca intentando persuadirnos de que
incumplamos las normas —dijo Ron—. Está bien, lo haremos, pero nada de
uñas de los pies, ¿vale?

—Pero ¿cuánto nos llevará hacerlo? —preguntó Harry, cuando Hermione,
satisfecha, volvió a abrir el libro.

—Bueno, como hay que coger la Descurainia sophia con luna llena, y los
crisopos han de cocerse durante veintiún días..., yo diría que podríamos tenerla
preparada en un mes, si podemos conseguir todos los ingredientes.

—¿Un mes? —dijo Ron—. ¡En ese tiempo, Malfoy puede atacar a la mitad
de los hijos de muggles! —Hermione volvió a entornar los ojos
amenazadoramente, y él añadió sin vacilar—: Pero es el mejor plan que
tenemos, así que adelante a toda máquina.

Sin embargo, mientras Hermione comprobaba que no había nadie a la
vista para poder salir del aseo, Ron susurró a Harry:

—Sería mucho más sencillo que mañana tiraras a Malfoy de la escoba.

Harry se despertó pronto el sábado por la mañana y se quedó un rato en la
cama pensando en el partido de quidditch. Se ponía nervioso, sobre todo al
imaginar lo que diría Wood si Gryffindor perdía, pero también al pensar que
tendrían que enfrentarse a un equipo que iría montado en las escobas de
carreras más veloces que había en el mercado. Nunca había tenido tantas
ganas de vencer a Slytherin. Después de estar tumbado media hora con las
tripas revueltas, se levantó, se vistió y bajó temprano a desayunar. Allí encontró
al resto del equipo de Gryffindor, apiñado en torno a la gran mesa vacía. Todos
estaban nerviosos y apenas hablaban.

Cuando faltaba poco para las once, el colegio en pleno empezó a dirigirse
hacia el estadio de quidditch. Hacía un día bochornoso que amenazaba
tormenta. Cuando Harry iba hacia los vestuarios, Ron y Hermione se acercaron
corriendo a desearle buena suerte. Los jugadores se vistieron sus túnicas rojas
de Gryffindor y luego se sentaron a recibir la habitual inyección de ánimo que
Wood les daba antes de cada partido.

—Los de Slytherin tienen mejores escobas que nosotros —comenzó—,
eso no se puede negar. Pero nosotros tenemos mejores jugadores sobre las
escobas. Hemos entrenado más que ellos y hemos volado bajo todas las


circunstancias climatológicas («¡y tanto! —murmuró George Weasley—, no me
he secado del todo desde agosto»), y vamos a hacer que se arrepientan del día
en que dejaron que ese pequeño canalla, Malfoy, les comprara un puesto en el
equipo.

Con la respiración agitada por la emoción, Wood se volvió a Harry.

—Es misión tuya, Harry, demostrarles que un buscador tiene que tener
algo más que un padre rico. Tienes que coger la snitch antes que Malfoy, o
perecer en el intento, porque hoy tenemos que ganar.

—Así que no te sientas presionado, Harry —le dijo Fred, guiñándole un ojo.

Cuando salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre
todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores
estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de
Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos. La señora Hooch, que era la
profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos
contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante
más de lo necesario.

—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres..., dos..., uno...

Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce
jugadores se elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún
otro, aguzando la vista en busca de la snitch.

—¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado
por debajo de él para demostrarle la velocidad de su escoba.

Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una
bludger negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le
despeinó.

—¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un
relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra
Slytherin. Harry vio que George daba un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola
hacia Adrian Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se
fue directa, otra vez, contra Harry.

Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte
contra Malfoy. Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un
bumerán y se encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.

Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del
campo. Oía a la bludger silbar a su lado. ¿Qué ocurría? Las bludger nunca se
enconaban de aquella manera contra un único jugador, su misión era derribar a
todo el que pudieran...

Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que
Fred golpeara la bludger con todas sus fuerzas.


—¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera
atraída magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y Harry se
vio obligado a alejarse a toda velocidad.

Había empezado a llover. Harry notaba las gruesas gotas en la cara, que
chocaban contra los cristales de las gafas. No tuvo ni idea de lo que pasaba
con los otros jugadores hasta que oyó la voz de Lee Jordan, que era el
comentarista, diciendo: «Slytherin en cabeza por seis a cero.»

Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus
resultados, y mientras tanto, la bludger loca hacía todo lo que podía para
derribar a Harry. Fred y George se acercaban tanto a él, uno a cada lado, que
Harry no podía ver otra cosa que sus brazos, que se agitaban sin cesar, y le
resultaba imposible buscar la snitch, y no digamos atraparla.

—Alguien... está... manipulando... esta... bludger... —gruñó Fred,
golpeándola con todas sus fuerzas para rechazar un nuevo ataque contra
Harry.

—Hay que detener el juego —dijo George, intentando hacerle señas a
Wood y al mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.

Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry,
Fred y George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.

—¿Qué ocurre? —preguntó Wood, cuando el equipo de Gryffindor se
reunió, mientras la afición de Slytherin los abucheaba—. Nos están haciendo
papilla. Fred, George, ¿dónde estabais cuando la bludger le impidió marcar a
Angelina?

—Estábamos ocho metros por encima de ella, Oliver, para evitar que la
otra bludger matara a Harry —dijo George enfadado—. Alguien la ha
manipulado..., no dejará en paz a Harry, no ha ido detrás de nadie más en todo
el tiempo. Los de Slytherin deben de haberle hecho algo.

—Pero las bludger han permanecido guardadas en el despacho de la
señora Hooch desde nuestro último entrenamiento, y aquel día no les pasaba
nada... —dijo Wood, perplejo.

La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, Harry veía al equipo de
Slytherin que lo señalaban y se burlaban.

—Escuchad —les dijo Harry mientras ella se acercaba—, con vosotros dos
volando todo el rato a mi lado, la única posibilidad que tengo de atrapar la
snitch es que se me meta por la manga. Volved a proteger al resto del equipo y
dejadme que me las arregle solo con esa bludger loca.

—No seas tonto —dijo Fred—, te partirá en dos.

Wood tan pronto miraba a Harry como a los Weasley

—Oliver, esto es una locura —dijo Alicia Spinnet enfadada—, no puedes


dejar que Harry se las apañe solo con la bludger. Esto hay que investigarlo.

—¡Si paramos ahora, perderemos el partido! —argumentó Harry—. ¡Y no
vamos a perder frente a Slytherin sólo por una bludger loca! ¡Venga, Oliver,
diles que dejen que me las apañe yo solo!

—Esto es culpa tuya —dijo George a Wood, enfadado—. «¡Atrapa la snitch

o muere en el intento!» ¡Qué idiotez decir eso!
Llegó la señora Hooch.

—¿Listos para seguir? —preguntó a Wood.

Wood contempló la expresión absolutamente segura del rostro de Harry.

—Bien —dijo—. Fred y George, ya lo habéis oído..., dejad que se enfrente
él solo a la bludger.

La lluvia volvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio
una patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida oyó tras él el
zumbido de la bludger. Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se
trasladaba en espiral, en zigzag, describiendo tirabuzones. Ligeramente
mareado, mantenía sin embargo los ojos completamente abiertos. La lluvia le
empañaba los cristales de las gafas y se le metió en los agujeros de la nariz
cuando se puso boca abajo para evitar otra violenta acometida de la bludger.
Podía oír las risas de la multitud; sabía que debía de parecer idiota, pero la
bludger loca pesaba mucho y no podía cambiar de dirección tan rápido como
él. Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo, intentando
vislumbrar a través de la plateada cortina de lluvia los postes de Gryffindor,
donde Adrian Pucey intentaba pasar a Wood...

Un silbido en el oído indicó a Harry que la bludger había vuelto a pasarle
rozando. Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.

—¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Malfoy, cuando Harry se
vio obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger. Harry
escapó, pero la bludger lo seguía a un metro de distancia. Y en el momento en
que dirigió a Malfoy una mirada de odio, vio la dorada snitch. Volaba a tan sólo
unos centímetros por encima de la oreja izquierda de Malfoy... pero Malfoy, que
estaba muy ocupado riéndose de Harry, no la había visto.

Durante un angustioso instante, Harry permaneció suspendido en el aire,
sin atreverse a dirigirse hacia Malfoy a toda velocidad, para que éste no mirase
hacia arriba y descubriera la snitch.

¡PLAM!

Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por
fin, le golpeó en el codo, y Harry sintió que le había roto el brazo. Débil,
aturdido por el punzante dolor del brazo, desmontó a medias de la escoba
empapada por la lluvia, manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su
brazo derecho colgando inerte. La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta


vez se dirigía directa a su cara. Harry cambió bruscamente de dirección, con
una idea fija en su mente aturdida: coger a Malfoy.

Ofuscado por la lluvia y el dolor, se dirigió hacia aquella cara de expresión
desdeñosa, y vio que Malfoy abría los ojos aterrorizado: pensaba que Harry lo
estaba atacando.

—¿Qué...? —exclamó en un grito ahogado, apartándose del rumbo de
Harry.

Harry se soltó finalmente de la escoba e hizo un esfuerzo para coger algo;
sintió que sus dedos se cerraban en torno a la fría snitch, pero sólo se sujetaba
a la escoba con las piernas, y la multitud, abajo, profirió gritos cuando Harry
empezó a caer, intentando no perder el conocimiento.

Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba.
El brazo le colgaba en un ángulo muy extraño. Sintiéndose morir de dolor, oyó,
como si le llegaran de muy lejos, muchos silbidos y gritos. Miró la snitch que
tenía en su mano buena.

—Ajá —dijo sin fuerzas—, hemos ganado.

Y se desmayó.

Cuando volvió en sí, todavía estaba tendido en el campo de juego, con la
lluvia cayéndole en la cara. Alguien se inclinaba sobre él. Vio brillar unos
dientes.

—¡Oh, no, usted no! —gimió.

—No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante
multitud de Gryffindor que se agolpaba alrededor—. Que nadie se preocupe:
voy a inmovilizarle el brazo.

—¡No! —dijo Harry—, me gusta como está, gracias.

Intentó sentarse, pero el dolor era terrible. Oyó cerca un «¡clic!» que le
resultó familiar.

—No quiero que hagas fotos, Colin —dijo alzando la voz.

—Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más
que un sencillo hechizo que he empleado incontables veces.

—¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló Harry.

—Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro y sin poder
evitar sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry,
realmente espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.

Por entre la selva de piernas que le rodeaba, Harry vio a Fred y George
Weasley forcejeando para meter la bludger loca en una caja. Todavía se


resistía.

—Apartaos —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.

—No... ¡no! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su
varita, y un instante después la apuntó hacia el brazo de Harry

Harry notó una sensación extraña y desagradable que se le extendía
desde el hombro hasta las yemas de los dedos. Sentía como si el brazo se le
desinflara, pero no se atrevía a mirar qué sucedía. Había cerrado los ojos y
vuelto la cara hacia el otro lado, pero vio confirmarse sus más oscuros temores
cuando la gente que había alrededor ahogó un grito y Colin Creevey empezó a
sacar fotos como loco. El brazo ya no le dolía... pero tampoco le daba la
sensación de que fuera un brazo.

—¡Ah! —dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto. Pero el
caso es que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que,
Harry, ahora debes ir a la enfermería. Ah, señor Weasley, señorita Granger,
¿pueden ayudarle? La señora Pomfrey podrá..., esto..., arreglarlo un poco.

Al ponerse en pie, Harry se sintió extrañamente asimétrico. Armándose de
valor, miró hacia su lado derecho. Lo que vio casi le hace volver a desmayarse.

Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso
guante de goma de color carne. Intentó mover los dedos. No le respondieron.

Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.

A la señora Pomfrey aquello no le hizo gracia.

—¡Tendríais que haber venido enseguida aquí! —dijo hecha una furia y
levantando el triste y mustio despojo de lo que, media hora antes, había sido un
brazo en perfecto estado—. Puedo recomponer los huesos en un segundo...,
pero hacerlos crecer de nuevo...

—Pero podrá, ¿no? —dijo Harry, desesperado.

—Desde luego que podré, pero será doloroso —dijo en tono grave la
señora Pomfrey, dando un pijama a Harry—. Tendrás que pasar aquí la noche.

Hermione aguardó al otro lado de la cortina que rodeaba la cama de Harry
mientras Ron lo ayudaba a vestirse. Les llevó un buen rato embutir en la
manga el brazo sin huesos, que parecía de goma.

—¿Te atreves ahora a defender a Lockhart, Hermione? —le dijo Ron a
través de la cortina mientras hacía pasar los dedos inanimados de Harry por el
puño de la manga—. Si Harry hubiera querido que lo deshuesaran, lo habría
pedido.


—Cualquiera puede cometer un error —dijo Hermione—. Y ya no duele,
¿verdad, Harry?

—No —respondió Harry—, ni duele ni sirve para nada. —Al echarse en la
cama, el brazo se balanceó sin gobierno.

Hermione y la señora Pomfrey cruzaron la cortina. La señora Pomfrey
llevaba una botella grande en cuya etiqueta ponía «Crecehuesos».

—Vas a pasar una mala noche —dijo ella, vertiendo un líquido humeante
en un vaso y entregándoselo—. Hacer que los huesos vuelvan a crecer es
bastante desagradable.

Lo desagradable fue tomar el crecehuesos. Al pasar, le abrasaba la boca y
la garganta, haciéndole toser y resoplar. Sin dejar de criticar los deportes
peligrosos y a los profesores ineptos, la señora Pomfrey se retiró, dejando que
Ron y Hermione ayudaran a Harry a beber un poco de agua.

—¡Pero hemos ganado! —le dijo Ron, sonriendo tímidamente—. Todo
gracias a tu jugada. ¡Y la cara que ha puesto Malfoy... Parecía que te quería
matar!

—Me gustaría saber cómo trucó la bludger —dijo Hermione intrigada.

—Podemos añadir ésta a la lista de preguntas que le haremos después de
tomar la poción multijugos —dijo Harry acomodándose en las almohadas—.
Espero que sepa mejor que esta bazofia...

—¿Con cosas de gente de Slytherin dentro? Estás de broma —observó
Ron.

En aquel momento, se abrió de golpe la puerta de la enfermería. Sucios y
empapados, entraron para ver a Harry los demás jugadores del equipo de
Gryffindor.

—Un vuelo increíble, Harry —le dijo George—. Acabo de ver a Marcus Flint
gritando a Malfoy algo parecido a que tenía la snitch encima de la cabeza y no
se daba cuenta. Malfoy no parecía muy contento.

Habían llevado pasteles, dulces y botellas de zumo de calabaza; se
situaron alrededor de la cama de Harry, y ya estaban preparando lo que
prometía ser una fiesta estupenda, cuando se acercó la señora Pomfrey
gritando:

—¡Este chico necesita descansar, tiene que recomponer treinta y tres
huesos! ¡Fuera! ¡FUERA!

Y dejaron solo a Harry, sin nadie que lo distrajera de los horribles dolores
de su brazo inerte.


Horas después, Harry despertó sobresaltado en una total oscuridad, dando un
breve grito de dolor: sentía como si tuviera el brazo lleno de grandes astillas.
Por un instante pensó que era aquello lo que le había despertado. Pero luego
se dio cuenta, con horror, de que alguien, en la oscuridad, le estaba poniendo
una esponja en la frente.

—¡Fuera! —gritó, y luego, al reconocer al intruso, exclamó—: ¡Dobby!

Los ojos del tamaño de pelotas de tenis del elfo doméstico miraban
desorbitados a Harry a través de la oscuridad. Una sola lágrima le bajaba por la
nariz larga y afilada.

—Harry Potter ha vuelto al colegio —susurró triste—. Dobby avisó y avisó
a Harry Potter. ¡Ah, señor!, ¿por qué no hizo caso a Dobby? ¿Por qué no volvió
a casa Harry Potter cuando perdió el tren?

Harry se incorporó con gran esfuerzo y tiró al suelo la esponja de Dobby.

—¿Qué hace aquí? —dijo—. ¿Y cómo sabe que perdí el tren? —A Dobby
le tembló un labio, y a Harry lo acometió una repentina sospecha—. ¡Fue usted!
—dijo despacio—. ¡Usted impidió que la barrera nos dejara pasar!

—Sí, señor, claro —dijo Dobby, moviendo vigorosamente la cabeza de
arriba abajo y agitando las orejas—. Dobby se ocultó y vigiló a Harry y selló la
verja, y Dobby tuvo que quemarse después las manos con la plancha. —
Enseñó a Harry diez largos dedos vendados—. Pero a Dobby no le importó,
señor, porque pensaba que Harry Potter estaba a salvo, ¡pero no se le ocurrió
que Harry Potter pudiera llegar al colegio por otro medio!

Se balanceaba hacia delante y hacia atrás, agitando su fea cabeza.

—¡Dobby se llevó semejante disgusto cuando se enteró de que Harry
Potter estaba en Hogwarts, que se le quemó la cena de su señor! Dobby nunca
había recibido tales azotes, señor...

Harry se desplomó de nuevo sobre las almohadas.

—Casi consigue que nos expulsen a Ron y a mí —dijo Harry con dureza—.
Lo mejor es que se vaya antes de que mis huesos vuelvan a crecer, Dobby, o
podría estrangularle.

Dobby sonrió levemente.

—Dobby está acostumbrado a las amenazas, señor. Dobby las recibe en
casa cinco veces al día.

Se sonó la nariz con una esquina del sucio almohadón que llevaba puesto;
su aspecto eran tan patético que Harry sintió que se le pasaba el enojo, aunque
no quería.


—¿Por qué lleva puesto eso, Dobby? —le preguntó con curiosidad.

—¿Esto, señor? —preguntó Dobby, pellizcándose el almohadón—. Es un
símbolo de la esclavitud del elfo doméstico, señor. A Dobby sólo podrán
liberarlo sus dueños un día si le dan alguna prenda. La familia tiene mucho
cuidado de no pasarle a Dobby ni siquiera un calcetín, porque entonces podría
dejar la casa para siempre. —Dobby se secó los ojos saltones y dijo de
repente—: ¡Harry Potter debe volver a casa! Dobby creía que su bludger
bastaría para hacerle...

—¿Su bludger? —dijo Harry, volviendo a enfurecerse—. ¿Qué quiere decir
con «su bludger»? ¿Usted es el culpable de que esa bola intentara matarme?

—¡No, matarle no, señor, nunca! —dijo Dobby, asustado—. ¡Dobby quiere
salvarle la vida a Harry Potter! ¡Mejor ser enviado de vuelta a casa, gravemente
herido, que permanecer aquí, señor! ¡Dobby sólo quería ocasionar a Harry
Potter el daño suficiente para que lo enviaran a casa!

—Ah, ¿eso es todo? —dijo Harry irritado—. Me imagino que no querrá
decirme por qué quería enviarme de vuelta a casa hecho pedazos.

—¡Ah, si Harry Potter supiera...! —gimió Dobby, mientras le caían más
lágrimas en el viejo almohadón—. ¡Si supiera lo que significa para nosotros, los
parias, los esclavizados, la escoria del mundo mágico...! Dobby recuerda cómo
era todo cuando El-que-no-debe-nombrarse estaba en la cima del poder, señor.
¡A nosotros los elfos domésticos se nos trataba como a alimañas, señor! Desde
luego, así es como aún tratan a Dobby, señor —admitió, secándose el rostro en
el almohadón—. Pero, señor, en lo principal la vida ha mejorado para los de mi
especie desde que usted derrotó al Que-no-debe-ser-nombrado. Harry Potter
sobrevivió, y cayó el poder del Señor Tenebroso, surgiendo un nuevo amanecer,
señor, y Harry Potter brilló como un faro de esperanza para los que
creíamos que nunca terminarían los días oscuros, señor... Y ahora, en
Hogwarts, van a ocurrir cosas terribles, tal vez están ocurriendo ya, y Dobby no
puede consentir que Harry Potter permanezca aquí ahora que la historia va a
repetirse, ahora que la Cámara de los Secretos ha vuelto a abrirse...

Dobby se quedó inmóvil, aterrorizado, y luego cogió la jarra de agua de la
mesilla de Harry y se dio con ella en la cabeza, cayendo al suelo. Un segundo
después reapareció trepando por la cama, bizqueando y murmurando:

—Dobby malo, Dobby muy malo...

—¿Así que es cierto que hay una Cámara de los Secretos? —murmuró
Harry—. Y... ¿dice que se había abierto en anteriores ocasiones? ¡Hable,
Dobby! —Sujetó la huesuda muñeca del elfo a tiempo de impedir que volviera a
coger la jarra del agua—. Además, yo no soy de familia muggle. ¿Por qué va a
suponer la cámara un peligro para mi?

—Ah, señor, no me haga más preguntas, no pregunte más al pobre Dobby
—tartamudeó el elfo. Los ojos le brillaban en la oscuridad—. Se están
planeando acontecimientos terribles en este lugar, pero Harry Potter no debe


encontrarse aquí cuando se lleven a cabo. Váyase a casa, Harry Potter.
Váyase, porque no debe verse involucrado, es demasiado peligroso...

—¿Quién es, Dobby? —le preguntó Harry, manteniéndolo firmemente
sujeto por la muñeca para impedirle que volviera a golpearse con la jarra del
agua—. ¿Quién la ha abierto? ¿Quién la abrió la última vez?

—¡Dobby no puede hablar, señor, no puede, Dobby no debe hablar! —
chillé el elfo—. ¡Váyase a casa, Harry Potter, váyase a casa!

—¡No me voy a ir a ningún lado! —dijo Harry con dureza—. ¡Mi mejor
amiga es de familia muggle, y su vida está en peligro si es verdad que la
cámara ha sido abierta!

—¡Harry Potter arriesga su propia vida por sus amigos! —gimió Dobby, en
una especie de éxtasis de tristeza—. ¡Es tan noble, tan valiente...! Pero tiene
que salvarse, tiene que hacerlo, Harry Potter no puede...

Dobby se quedó inmóvil de repente, y temblaron sus orejas de murciélago.
Harry también lo oyó: eran pasos que se acercaban por el corredor.

—¡Dobby tiene que irse! —musitó el elfo, aterrorizado.

Se oyó un fuerte ruido, y el puño de Harry se cerró en el aire. Se echó de
nuevo en la cama, con los ojos fijos en la puerta de la enfermería, mientras los
pasos se acercaban.

Dumbledore entró en el dormitorio, vestido con un camisón largo de lana y
un gorro de dormir. Acarreaba un extremo de lo que parecía una estatua. La
profesora McGonagall apareció un segundo después, sosteniendo los pies.
Entre uno y otra, dejaron la estatua sobre una cama.

—Traiga a la señora Pomfrey —susurró Dumbledore, y la profesora
McGonagall desapareció a toda prisa pasando junto a los pies de la cama de
Harry. Harry estaba inmóvil, haciéndose el dormido. Oyó voces apremiantes, y
la profesora McGonagall volvió a aparecer, seguida por la señora Pomfrey, que
se estaba poniendo un jersey sobre el camisón de dormir. Harry la oyó tomar
aire bruscamente.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Pomfrey a Dumbledore en un
susurro, inclinándose sobre la estatua.

—Otra agresión —explicó Dumbledore—. Minerva lo ha encontrado en las
escaleras.

—Tenía a su lado un racimo de uvas —dijo la profesora McGonagall—.
Suponemos que intentaba llegar hasta aquí para visitar a Potter.

A Harry le dio un vuelco el corazón. Lentamente y con cuidado, se alzó
unos centímetros para poder ver la estatua que había sobre la cama. Un rayo
de luna le caía sobre el rostro.


Era Colin Creevey. Tenía los ojos muy abiertos y sus manos sujetaban la
cámara de fotos encima del pecho.

—¿Petrificado? —susurró la señora Pomfrey.

—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Pero me estremezco al pensar... Si
Albus no hubiera bajado por chocolate caliente, quién sabe lo que podría
haber...

Los tres miraban a Colin. Dumbledore se inclinó y desprendió la cámara de
fotos de las manos rígidas de Colin.

—¿Cree que pudo sacar una foto a su atacante? —le preguntó la profesora
McGonagall con expectación.

Dumbledore no respondió. Abrió la cámara.

—¡Por favor! —exclamó la señora Pomfrey.

Un chorro de vapor salió de la cámara. A Harry, que se encontraba tres
camas más allá, le llegó el olor agrio del plástico quemado.

—Derretido —dijo asombrada la señora Pomfrey—. Todo derretido...

—¿Qué significa esto, Albus? —preguntó apremiante la profesora
McGonagall.

—Significa —contestó Dumbledore— que es verdad que han abierto de
nuevo la Cámara de los Secretos.

La señora Pomfrey se llevó una mano a la boca. La profesora McGonagall
miró a Dumbledore fijamente.

—Pero, Albus..., ¿quién...?

—La cuestión no es quién —dijo Dumbledore, mirando a Colin—; la
cuestión es cómo.

Y a juzgar por lo que Harry pudo vislumbrar de la expresión sombría de la
profesora McGonagall, ella no lo comprendía mejor que él.

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