martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 11. El club de duelo

Al despertar Harry la mañana del domingo, halló el dormitorio resplandeciente
con la luz del sol de invierno, y su brazo otra vez articulado, aunque muy rígido.
Se sentó enseguida y miró hacia la cama de Colin, pero estaba oculto tras las
largas cortinas que el propio Harry había corrido el día anterior. Al ver que se
había despertado, la señora Pomfrey se acercó afanosamente con la bandeja
del desayuno, y se puso a flexionarle y estirarle a Harry el brazo y los dedos.

—Todo va bien —le dijo, mientras él apuraba torpemente con su mano
izquierda las gachas de avena—. Cuando termines de comer, puedes irte.

Harry se vistió lo más deprisa que pudo y salió precipitadamente hacia la
torre de Gryffindor, deseoso de hablar con Ron y Hermione sobre Colín y
Dobby, pero no los encontró allí. Harry dejó de buscarlos, preguntándose
adónde podían haber ido y algo molesto de que no parecieran interesados en
saber si él había recuperado o no sus huesos.

Cuando pasó por delante de la biblioteca, Percy Weasley precisamente
salía de ella, y parecía estar de mucho mejor humor que la última vez que lo
habían encontrado.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo—. Excelente jugada la de ayer, realmente
excelente. Gryffindor acaba de ponerse a la cabeza de la copa de las casas:
¡ganaste cincuenta puntos!

—¿No has visto a Ron ni a Hermione? —preguntó Harry.

—No, no los he visto —contestó Percy, dejando de sonreír—. Espero que
Ron no esté otra vez en el aseo de las chicas...

Harry forzó una sonrisa, siguió a Percy con la vista hasta que desapareció,
y se fue derecho al aseo de Myrtle la Llorona. No encontraba ningún motivo
para que Ron y Hermione estuvieran allí, pero después de asegurarse de que
no merodeaban por el lugar Filch ni ningún prefecto, abrió la puerta y oyó sus
voces provenientes de un retrete cerrado.

—Soy yo —dijo, entrando en los lavabos y cerrando la puerta. Oyó un
golpe metálico, luego otro como de salpicadura y un grito ahogado, y vio a
Hermione mirando por el agujero de la cerradura.

—¡Harry! —dijo ella—. Vaya susto que nos has dado. Entra. ¿Cómo está tu
brazo?

—Bien —dijo Harry, metiéndose en el retrete. Habían puesto un caldero
sobre la taza del inodoro, y un crepitar que provenía de dentro le indicó que
habían prendido un fuego bajo el caldero. Prender fuegos transportables y sumergibles
era la especialidad de Hermione.


—Pensamos ir a verte, pero decidimos comenzar a preparar la poción
multijugos —le explicó Ron, después de que Harry cerrara de nuevo la puerta
del retrete. Hemos pensado que éste es el lugar más seguro para guardarla.

Harry empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.

—Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor
Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.

—Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó
Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba
tan sulfurado que la tomó con Colin.

—Hay alguien más —dijo Harry, contemplando a Hermione, que partía
manojos de centinodia y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la
noche a hacerme una visita.

Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo
que Dobby le había dicho... y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione
lo escucharon con la boca abierta.

—¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó
Hermione.

—Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la
cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido
Draco cómo hacerlo. Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te
hubiera dicho qué monstruo hay en ella. Me gustaría saber cómo es posible
que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.

—Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas
sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse
pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas
camaleónicos...

—Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando crisopos encima de
las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de los crisopos y miró a Harry—. Así
que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo... —
Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida,
te va a matar.

La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como
muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del
lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se
desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que
los atacaran si iban solos.

Ginny Weasley, que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de


Encantamientos, estaba consternada, pero a Harry le parecía que Fred y
George se equivocaban en la manera de animarla. Se turnaban para
esconderse detrás de las estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando
pasaba. Pero tuvieron que parar cuando Percy se hartó y les dijo que iba a
escribir a su madre para contarle que por su culpa Ginny tenía pesadillas.

Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el
colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores.
Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían
que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de
tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría
peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo
atacaran.

—Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara
redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.

Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó,
como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el
colegio en Navidades. Harry, Ron y Hermione firmaron en la lista; habían oído
que Malfoy se quedaba, lo cual les pareció muy sospechoso. Las vacaciones
serían un momento perfecto para utilizar la poción multijugos e intentar
sonsacarle una confesión.

Por desgracia, la poción estaba a medio acabar. Aún necesitaban el
cuerno de bicornio y la piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del
que podrían sacarlos era el armario privado de Snape. A Harry le parecía que
preferiría enfrentarse al monstruo legendario de Slytherin a tener que soportar
las iras de Snape si lo pillaba robándole en el despacho.

—Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se
acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con
algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger
lo que necesitamos. —Harry y Ron la miraron nerviosos—. Creo que es mejor
que me encargue yo misma del robo —continué Hermione, como si tal cosa—
. A vosotros dos os expulsarían si os pillaran en otra, mientras que yo tengo el
expediente limpio. Así que no tenéis más que originar un tumulto lo suficientemente
importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.

Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de
Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón
dormido.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más
espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre.
Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que
descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba


por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de
los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco
Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacia burla con los ojos a Ron y
Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de
lo que se tarda en decir «injusto».

A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero en aquel
momento le preocupaban otras cosas más importantes. Aguardaba una seña
de Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con
desprecio su poción agnada. Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a
Neville, Hermione captó la mirada de Harry; y le hizo con la cabeza un gesto
afirmativo.

Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero, se sacó
de un bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le dio
un golpe con la varita. La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo
que sólo contaba con unos segundos, Harry se levantó, apuntó y la lanzó al
aire. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban
cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y
la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas
tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos
soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué
había sucedido. Harry vio a Hermione aprovechar la confusión para salir
discretamente por la puerta.

—¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados
por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha
hecho esto...

Harry intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la
mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había
llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la
clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos
del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón
de sus labios, Harry vio que Hermione volvía a entrar en la mazmorra, con un
bulto debajo de la túnica.

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas
hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los
restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

—Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de
que lo expulsen.

Harry puso una cara que esperaba que fuera de perplejidad. Snape lo
miraba a él, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor
bienvenida.

—Sabe que fui yo —dijo Harry a Ron y Hermione, mientras iban deprisa a


los aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.

Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío.

—Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.

—Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry,
tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?

—Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción
levantaba borbotones y espuma.

Una semana más tarde, Harry, Ron y Hermione cruzaban el vestíbulo cuando
vieron a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios
para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean
Thomas les hacían señas, entusiasmados.

—¡Van a abrir un club de duelo! —dijo Seamus—. ¡La primera sesión será
esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles
en estos días...

—¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin?
—preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.

—Podría ser útil —les dijo a Harry y Hermione cuando se dirigían a
cenar—. ¿Vamos?

Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, así que aquella
noche, a las ocho, se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas
de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes
había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire.
El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse
reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.


—Me pregunto quién nos enseñará —dijo Hermione, mientras se
internaban en la alborotada multitud—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue
campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.

—Con tal de que no sea... —Harry empezó una frase que terminó en un
gemido: Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su
túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su
usual túnica negra.

Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:

—¡Venid aquí, acercaos! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oís todos?
¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este


modesto club de duelo, con la intención de prepararos a todos vosotros por si
algún día necesitáis defenderos tal como me ha pasado a mí en incontables
ocasiones (para más detalles, consultad mis obras).

»Permitidme que os presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo
Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte
de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña
demostración antes de empezar. Pero no quiero que os preocupéis los más
jóvenes: no os quedaréis sin profesor de Pociones después de esta
demostración, ¡no temáis!

—¿No estaría bien que se mataran el uno al otro? —susurró Ron a Harry
al oído.

En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de
desprecio. Harry se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si
Snape lo hubiera mirado como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en
la dirección opuesta.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo
menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía
la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos,
como si fueran espadas.

—Como veis, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate
convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres,
haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene
intención de matar.

—Yo no estaría tan seguro —susurró Harry, viendo a Snape enseñar los
dientes.

—Una..., dos... y tres.

Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante.
Snape gritó:

—¡Expelliarmus!

Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló
hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él
hasta quedar tendido en el suelo.

Malfoy y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de
puntillas.

—¿Creéis que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba
la cara.

—¿A quién le preocupa? —dijeron Harry y Ron al mismo tiempo.

Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su


pelo ondulado se le había puesto de punta.

—¡Bueno, ya lo habéis visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima—.
Eso ha sido un encantamiento de desarme; como podéis ver, he perdido la
varita... ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente
idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy
evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me
habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que
vieran...

Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:

—¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor
Snape, si es tan amable de ayudarme...

Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con
Justin Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y
Harry

—Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión
desdeñosa—. Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter...

Harry se acercó automáticamente a Hermione.

—Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy,
aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. La señorita Granger que
se ponga con Bulstrode.

Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de
Slytherin que le recordó a Harry una foto que había visto en Vacaciones con las
brujas. Era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente.
Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió.

—¡Poneos frente a vuestros contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre
la tarima— y haced una inclinación!

Harry y Malfoy apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente.

—¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad
vuestros hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no
queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... tres.

Harry apuntó la varita hacia los hombros de Malfoy, pero éste ya había
empezado a la de dos. Su conjuro le hizo el mismo efecto que si le hubieran
golpeado en la cabeza con una sartén. Harry se tambaleó pero aguantó, y sin
perder tiempo, dirigió contra Malfoy su varita, diciendo:

—¡Rictusempra!

Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y el chico se
retorció, respirando con dificultad.


—¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud
cuando Malfoy cayó de rodillas; Harry lo había atacado con un encantamiento
de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa. Harry no volvió a atacar, porque
le parecía que no era deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos
mientras estaba en el suelo, pero fue un error. Tomando aire, Malfoy apuntó la
varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz ahogada:

—¡Tarantallegra!

Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a
saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.

—¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.

—¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Malfoy
dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista.

Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como
Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que
estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero
Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a
Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor. Las varitas de las dos
estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó a Millicent. Fue difícil,
porque era mucho más robusta que él.

—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los
estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate,
Macmillan..., con cuidado, señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y
dejará de sangrar enseguida...

»Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados
—dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del
comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de
inmediato—. Necesito un par de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley,
¿qué tal vosotros?

—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un
murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los
hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería
en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún
más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa
malvada.

—¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se
acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba
para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte
con la varita, tienes que hacer esto.

Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo.
Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:

—¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!


Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Malfoy
también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:

—Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de
interceptar?

—¿Asustado? —murmuró Malfoy, de forma que Lockhart no pudiera oírle.

—Eso quisieras tú —le dijo Harry torciendo la boca.

Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.

—¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!

—¿El qué?, ¿dejar caer la varita?

Pero Lockhart no le escuchaba.

—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.

Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:

—¡Serpensortia!

Hubo un estallido en el extremo de su varita. Harry vio, aterrorizado, que
de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía,
lista para atacar. Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un
segundo.

—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando
claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a los
ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella...

—¡Permitidme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente
y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire
unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando
de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo,
enseñando los colmillos venenosos.

Harry no supo por qué lo hizo, ni siquiera fue consciente de ello. Sólo
percibió que las piernas lo impulsaban hacia delante como si fuera sobre
ruedas y que gritaba absurdamente a la serpiente: «¡Déjale!» Y milagrosa e
inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa
manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry. A éste se le pasó el miedo.
Sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie, aunque no habría podido
explicar por qué lo sabía.

Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o
agradecido, pero ciertamente no enojado y asustado.

—¿A qué crees que jugamos? —gritó, y antes de que Harry pudiera
contestar, se había dado la vuelta y abandonaba el salón.


Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una
pequeña nube de humo negro. También Snape miraba a Harry de una manera
rara; era una mirada astuta y calculadora que a Harry no le gustó. Fue
vagamente consciente de que a su alrededor se oían unos inquietantes murmullos.
A continuación, sintió que alguien le tiraba de la túnica por detrás.

—Vamos —le dijo Ron al oído—. Vamos...

Ron lo sacó del salón, y Hermione fue con ellos. Al atravesar las puertas,
los estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse. Harry no
tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione le explicaron nada hasta
llegar a la sala común de Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron sentó a
Harry en una butaca y le dijo:

—Hablas pársel. ¿Por qué no nos lo habías dicho?

—¿Que hablo qué? —dijo Harry.

—¡Pársel! —dijo Ron—. ¡Puedes hablar con las serpientes!

—Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo
hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley
en el zoo... Es una larga historia... pero ella me estaba diciendo que no había
estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber
que era un mago...

—¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca
en Brasil? —repitió Ron con voz débil.

—¿Y qué? —preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones
de personas.

—Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry,
eso no es bueno.

—¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le
pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no
atacara a Justin...

—¿Eso es lo que le dijiste?

—¿Qué pasa? Tú estabas allí... Tú me oíste.

—Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes.
Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara,
parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue
escalofriante.

Harry se quedó con la boca abierta.

—¿Hablé en otra lengua? Pero no comprendo... ¿Cómo puedo hablar en
una lengua sin saber que la conozco?


Ron negó con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione,
parecía como si acabara de morir alguien. Harry no alcanzaba a comprender
qué era tan terrible.

—¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande
y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué
importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de
Cazadores Sin Cabeza?

—Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque
Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes.
Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.

Harry se quedó boquiabierto.

—Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú
eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así.

—Pero no lo soy —dijo Harry, sintiendo un inexplicable terror.

—Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil
años, así que bien podrías serlo.

Aquella noche, Harry pasó varias horas despierto. Por una abertura en las
colgaduras de su cama, veía que la nieve comenzaba a amontonarse al otro
lado de la ventana de la torre, y meditaba.

¿Era posible que fuera un descendiente de Salazar Slytherin? Al fin y al
cabo, no sabía nada sobre la familia de su padre. Los Dursley nunca le habían
permitido hacerles preguntas sobre sus familiares magos.

En voz baja, trató de decir algo en lengua pársel, pero no encontró las
palabras. Parecía que era requisito imprescindible estar delante de una
serpiente.

«Pero estoy en Gryffindor —pensó Harry—. El Sombrero Seleccionador no
me habría puesto en esta casa si tuviera sangre de Slytherin...»

«¡Ah! —dijo en su cerebro una voz horrible—, pero el Sombrero
Seleccionador te quería enviar a Slytherin, ¿lo recuerdas?»

Harry se volvió. Al día siguiente vería a Justin en clase de Herbología y le
explicaría que le había pedido a la serpiente que se apartara de él, no que lo
atacara, algo (pensó enfadado, dando puñetazos a la almohada) de lo que
cualquier idiota se habría dado cuenta.


A la mañana siguiente, sin embargo, la nevada que había empezado a caer por
la noche se había transformado en una tormenta de nieve tan recia que se
suspendió la última clase de Herbología del trimestre. La profesora Sprout
quiso tapar las mandrágoras con pañuelos y calcetines, una operación delicada
que no habría confiado a nadie más, puesto que el crecimiento de las
mandrágoras se había convertido en algo tan importante para revivir a la
Señora Norris y a Colin Creevey.

Harry le daba vueltas a aquello, sentado junto a la chimenea, en la sala
común de Gryffindor, mientras Ron y Hermione aprovechaban el hueco dejado
por la clase de Herbología para echar una partida al ajedrez mágico.

—¡Por Dios, Harry! —dijo Hermione, exasperada, mientras uno de los
alfiles de Ron tiraba al suelo al caballero de uno de sus caballos y lo sacaba a
rastras del tablero—. Si es tan importante para ti, ve a buscar a Justin.

De forma que Harry se levantó y salió por el retrato, preguntándose dónde
estaría Justin.

El castillo estaba más oscuro de lo normal en pleno día, a causa de la
nieve espesa y gris que se arremolinaba en todas las ventanas. Tiritando, Harry
pasó por las aulas en que estaban haciendo clase, vislumbrando algunas escenas
de lo que ocurría dentro. La profesora McGonagall gritaba a un alumno
que, a juzgar por lo que se oía, había convertido a su compañero en un tejón.
Aguantándose las ganas de echar un vistazo, Harry siguió su camino,
pensando que Justin podría estar aprovechando su hora libre para hacer
alguna tarea pendiente, y decidió mirar antes que nada en la biblioteca.

Efectivamente, algunos de los de Hufflepuff que tenían clase de Herbología
estaban en la parte de atrás de la biblioteca, pero no parecía que estudiasen.
Entre las largas filas de estantes, Harry podía verlos con las cabezas casi
pegadas unos a otros, en lo que parecía una absorbente conversación. No
podía distinguir si entre ellos se encontraba Justin. Se les estaba acercando
cuando consiguió entender algo de lo que decían, y se detuvo a escuchar,
oculto tras la sección de «Invisibilidad».

—Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se
ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como
su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por
supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó
decirle a Potter que era de familia muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es
que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le
puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?

—¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó
asustada una chica rubia con coletas.

—Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel.
Todo el mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de


alguien honrado que pueda hablar con las serpientes? Al mismo Slytherin lo
llamaban «lengua de serpiente».

Esto provocó densos murmullos. Ernie prosiguió:

—¿Recordáis lo que apareció escrito en la pared? «Temed, enemigos del
heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch
resulta agredido. Ese chaval de primero, Creevey, molestó a Potter en el
partido de quidditch, sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y
entonces aparece Creevey petrificado.

—Pero —repuso Hannah, vacilando— parece tan majo... y, bueno, fue él
quien hizo desaparecer a Quien-vosotros-sabéis. No puede ser tan malo, ¿no
creéis?

Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se
inclinaron y se juntaron más unos a otros, y Harry tuvo que acercarse más para
oírlas palabras de Ernie.

—Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-vosotros-sabéis.
Quiero decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber
saltado en pedazos. Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría
sobrevivir a una maldición como ésa. —Bajó la voz hasta que no fue más que
un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente es por lo que Quien-vosotros-
sabéis quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a otro Señor
Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes
oculta Potter.

Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería,
carraspeando sonoramente. De no estar tan enojado, le habría parecido
divertida la forma en que lo recibieron: todos parecían petrificados por su sola
visión, y Ernie se puso pálido.

—Hola —dijo Harry—. Busco a Justin Finch-Fletchley.

Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos
miraron atemorizados a Ernie.

—¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.

—Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de
duelo —dijo Harry.

Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:

—Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.

—Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dije, la serpiente
retrocedió —le dijo Harry.

—Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al
hablar— de que hablaste en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.


—¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni
siquiera lo tocó!

—Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió
apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta
nueve generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre
muggle, así que...

—¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—.
¿Por qué tendría que atacar a los de familia muggle?

—He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie
apresuradamente.

—No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dijo Harry—. Me
gustaría que lo intentaras.

Dio media vuelta y salió de la biblioteca, provocando una mirada
reprobatoria de la señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada
de un gran libro de hechizos. Furioso como estaba, iba dando traspiés por el
corredor, sin ser consciente de adónde iba. Y al fin se dio de bruces contra una
mole grande y dura que lo tiró al suelo de espaldas.

—¡Ah, hola, Hagrid! —dijo Harry, levantando la vista.

Aunque llevaba la cara completamente tapada por un pasamontañas de
lana cubierto de nieve, no podía tratarse de nadie más que Hagrid, pues
ocupaba casi todo el ancho del corredor con su abrigo de piel de topo. En una
de sus grandes manos enguantadas llevaba un gallo muerto.

—¿Va todo bien, Harry? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas
para poder hablar—. ¿Por qué no estás en clase?

—La han suspendido —contestó Harry, levantándose—. ¿Y tú, qué haces
aquí?

Hagrid levantó el gallo sin vida.

—El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o
chupasangres, y necesito el permiso del director para poner un encantamiento
alrededor del gallinero.

Miró a Harry más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de
nieve.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? Pareces preocupado y
alterado.

Harry no pudo repetir lo que decían de él Ernie y el resto de los de
Hufflepuff.

—No es nada —repuso—. Mejor será que me vaya, Hagrid, después tengo


Transformaciones y debo recoger los libros.

Se fue con la mente cargada con todo lo que había dicho Ernie sobre él:

«Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó
decirle a Potter que era de familia muggle...»

Harry subió las escaleras y volvió por otro corredor. Estaba mucho más
oscuro, porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una
ventana había apagado las antorchas. Iba por la mitad del corredor cuando tropezó
y cayó de cabeza contra algo que había en el suelo.

Se volvió y afinó la vista para ver qué era aquello sobre lo que había caído,
y sintió que el mundo le venía encima.

Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos
en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley. Y eso no era
todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que Harry
hubiera contemplado nunca.

Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color
blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal,
a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una
expresión de horror idéntica a la de Justin.

Harry se puso de pie, con la respiración acelerada y el corazón ejecutando
contra sus costillas lo que parecía un redoble de tambor. Miró enloquecido
arriba y abajo del corredor desierto y vio una hilera de arañas huyendo de los
cuerpos a todo correr. Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los
profesores que daban clase a ambos lados.

Podía salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero
no podía dejarlos de aquella manera..., tenía que hacer algo por ellos. ¿Habría
alguien que creyera que él no había tenido nada que ver?

Aún estaba allí, aterrorizado, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía
a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.

—¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! —cacareó Peeves, ladeándole las
gafas de un golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué trama Potter? ¿Por
qué acecha?

Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi
Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que Harry pudiera
impedirlo, gritó:

—¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! NINGUN MORTAL NI
FANTASMA ESTÁ A SALVO! SALVESE QUIEN PUEDA! AGREESIÓÓÓÓN!

Pataplún, patapán, pataplún: una puerta tras otra, se fueron abriendo todas
las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos,
hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick


Casi Decapitado.

Los alumnos acorralaron a Harry contra la pared hasta que los profesores
pidieron calma. La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus
alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La
profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que
restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el
lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.

—¡Te han cogido con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara
completamente blanca, señalando con el dedo a Harry.

—¡Ya vale, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.

Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa,
escrutando la escena; le encantaba el follón. Mientras los profesores se
inclinaban sobre Justin y Nick Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió
a cantar:

—¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te
parece divertido!

—¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó
por el corredor, sacándole la lengua a Harry.

Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron
los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué
hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo
aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de
subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a
Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un
aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, Harry y la profesora
McGonagall se quedaron a solas.

—Por aquí, Potter —indicó ella.

—Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que yo no...

—Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la
profesora McGonagall.

Caminaron en silencio, doblaron una esquina, y ella se paró ante una
gárgola de piedra grande y extremadamente fea.

—¡Sorbete de limón! —dijo la profesora.

Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la
gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se
abría en dos. Incluso aterrorizado como estaba por lo que le esperaba, Harry
no pudo dejar de sorprenderse. Detrás del muro había una escalera de caracol
que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirse él y la
profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras ellos con un golpe sordo.


Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareado,
Harry vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en
forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.

Entonces supo adónde lo llevaba. Aquello debía de ser la vivienda de
Dumbledore.

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