martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 18. La recompensa de Dobby

Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Ginny y Lockhart
aparecieron en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Harry,
sangre. Luego alguien gritó:

—¡Ginny!

Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se
puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.

Harry, sin embargo, miraba detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba
ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que
respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó
zumbando cerca de Harry para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin
apenas darse cuenta, Harry y Ron se encontraron atrapados en el abrazo de la
señora Weasley

—¡La habéis salvado! ¡La habéis salvado! ¿Cómo lo hicisteis?

—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la
profesora McGonagall.

La señora Weasley soltó a Harry, que dudó un instante, luego se acercó a
la mesa y depositó encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes
incrustados y lo que quedaba del diario de Ryddle.


Harry empezó a contarlo todo. Habló durante casi un cuarto de hora,
mientras los demás lo escuchaban absortos y en silencio. Contó lo de la voz
que no salía de ningún sitio; que Hermione había comprendido que lo que él
oía era un basilisco que se movía por las tuberías; que él y Ron siguieron a las
arañas por el bosque; que Aragog les había dicho dónde había matado a su
víctima el basilisco; que había adivinado que Myrtle la Llorona había sido la
víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los
aseos...

—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry hizo una
pausa—, así que averiguasteis dónde estaba la entrada, quebrantando un
centenar de normas, añadiría yo. Pero ¿cómo demonios conseguisteis salir con
vida, Potter?

Así que Harry, con la voz ronca de tanto hablar, les relató la oportuna
llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que le proporcionó la
espada. Pero luego titubeó. Había evitado hablar sobre la relación entre el
diario de Ryddle y Ginny. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y
seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?,
pensó Harry aterrorizado. El diario de Ryddle no serviría ya como prueba, pues
había quedado inservible... ¿cómo podrían demostrar que era el causante de
todo?

Instintivamente, Harry miró a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa.
La hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.

—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se
las arregló lord Voldemort para embrujar a Ginny, cuando mis fuentes me
indican que actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.

Harry se sintió maravillosamente aliviado.

—¿Qué... qué? —preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui-
quién? ¿Ginny embrujada? Pero Ginny no ha... Ginny no ha sido... ¿verdad?

—Fue el diario —dijo inmediatamente Harry, cogiéndolo y enseñándoselo a
Dumbledore—. Ryddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.

Dumbledore cogió el diario que sostenía Harry y examinó minuciosamente
sus páginas quemadas y mojadas.

—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente
el alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los
Weasley, que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se
llamó antes Tom Ryddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en
Hogwarts. Desapareció tras abandonar el colegio... Recorrió el mundo...,
profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato con los peores de entre los
nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta tal punto que
cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible. Prácticamente
nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y encantador que
recibió aquí el Premio Anual.


—Pero Ginny —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestra
Ginny con él?

—¡Su... su diario! —dijo Ginny entre sollozos—. He estado escribiendo en
él, y me ha estado contestando durante todo el curso...

—¡Ginny! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa?
¿Qué te he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de
pensar pero de las cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me
enseñaste el diario a mí o a tu madre? Un objeto tan sospechoso como ése,
¡tenía que ser cosa de magia negra!

—No..., no lo sabía —sollozó Ginny—. Lo encontré dentro de uno de los
libros que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y
se le había olvidado...

—La señorita Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció
Dumbledore con voz firme—. Para ella ha sido una experiencia terrible. No
habrá castigo. Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios.
—Fue a abrir la puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate
caliente. A mí siempre me anima —añadió, guiñándole un ojo
bondadosamente—. La señora Pomfrey estará todavía despierta. Debe de
estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco. Seguramente
despertarán de un momento a otro.

—¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.

—No les han causado un daño irreversible —dijo Dumbledore.

La señora Weasley salió con Ginny, y el padre iba detrás, todavía muy
impresionado.

—¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la
profesora McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te
puedo pedir que vayas a avisar a los de la cocina?

—Bien —dijo resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose
también hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con Potter y
Weasley.

—Eso es —dijo Dumbledore.

Salió, y Harry y Ron miraron a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había
querido decir exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar
cuentas»? ¿Acaso los iban a castigar?

—Creo recordar que os dije que tendría que expulsaros si volvíais a
quebrantar alguna norma del colegio —dijo Dumbledore.

Ron abrió la boca horrorizado.

—Lo cual demuestra que todos tenemos que tragarnos nuestras palabras


alguna vez —prosiguió Dumbledore, sonriendo—. Recibiréis ambos el Premio
por Servicios Especiales al Colegio y... veamos..., sí, creo que doscientos
puntos para Gryffindor por cada uno.

Ron se puso tan sonrosado como las flores de San Valentín de Lockhart, y
volvió a cerrar la boca.

—Pero hay alguien que parece que no dice nada sobre su participación en
la peligrosa aventura —añadió Dumbledore—. ¿Por qué esa modestia,
Gilderoy?

Harry dio un respingo. Se había olvidado por completo de Lockhart. Se
volvió y vio que estaba en un rincón del despacho, con una vaga sonrisa en el
rostro. Cuando Dumbledore se dirigió a él, Lockhart miró con indiferencia para
ver quién le hablaba.

—Profesor Dumbledore —dijo Ron enseguida—, hubo un accidente en la
Cámara de los Secretos. El profesor Lockhart..

—¿Soy profesor? —preguntó sorprendido—. ¡Dios mío! Supongo que seré
un inútil, ¿no?

—... intentó hacer un embrujo desmemorizante y el tiro le salió por la culata
—explicó Ron a Dumbledore tranquilamente.

—Hay que ver —dijo Dumbledore, moviendo la cabeza de forma que le
temblaba el largo bigote plateado—, ¡herido con su propia espada, Gilderoy!

—¿Espada? —dijo Lockhart con voz tenue—. No, no tengo espada. Pero
este chico sí tiene una. —señaló a Harry—. Él se la podrá prestar.

—¿Te importaría llevar también al profesor Lockhart a la enfermería? —
dijo Dumbledore a Ron—. Quisiera tener unas palabras con Harry.

Lockhart salió. Ron miró con curiosidad a Harry y Dumbledore mientras
cerraba la puerta.

Dumbledore fue hacia una de las sillas que había junto al fuego.

—Siéntate, Harry —dijo, y Harry tomó asiento, incomprensiblemente
azorado—. Antes que nada, Harry, quiero darte las gracias —dijo Dumbledore,
parpadeando de nuevo—. Debes de haber demostrado verdadera lealtad hacia
mí en la cámara. Sólo eso puede hacer que acuda Fawkes.

Acarició al fénix, que agitaba las alas posado sobre una de sus rodillas.
Harry sonrió con embarazo cuando Dumbledore lo miró directamente a los
ojos.

—Así que has conocido a Tom Ryddle —dijo Dumbledore pensativo—.
Imagino que tendría mucho interés en verte.

De pronto, Harry mencionó algo que le reconcomía:


—Profesor Dumbledore... Ryddle dijo que yo soy como él. Una extraña
afinidad, dijo...

—¿De verdad? —preguntó Dumbledore, mirando a un Harry pensativo, por
debajo de sus espesas cejas plateadas—. ¿Y a ti qué te parece, Harry?

—¡Me parece que no soy como él! —contestó Harry, más alto de lo que
pretendía—. Quiero decir que yo..., yo soy de Gryffindor, yo soy...

Pero calló. Resurgía una duda que le acechaba.

—Profesor —añadió después de un instante—, el Sombrero Seleccionador
me dijo que yo... haría un buen papel en Slytherin. Todos creyeron un tiempo
que yo era el heredero de Slytherin, porque sé hablar pársel...

—Tú sabes hablar pársel, Harry —dijo tranquilamente Dumbledore—,
porque lord Voldemort, que es el último descendiente de Salazar Slytherin,
habla pársel. Si no estoy muy equivocado, él te transfirió algunos de sus
poderes la noche en que te hizo esa cicatriz. No era su intención, seguro...

—¿Voldemort puso algo de él en mí? —preguntó Harry, atónito.

—Eso parece.

—Así que yo debería estar en Slytherin —dijo Harry, mirando con
desesperación a Dumbledore—. El Sombrero Seleccionador distinguió en mí
poderes de Slytherin y...

—Te puso en Gryffindor —dijo Dumbledore reposadamente—. Escúchame,
Harry. Resulta que tú tienes muchas de las cualidades que Slytherin apreciaba
en sus alumnos, que eran cuidadosamente escogidos: su propio y rarísimo
don, la lengua pársel..., inventiva..., determinación..., un cierto desdén por las
normas —añadió, mientras le volvía a temblar el bigote—. Pero aun así, el
sombrero te colocó en Gryffindor. Y tú sabes por qué. Piensa.

—Me colocó en Gryffindor —dijo Harry con voz de derrota— solamente
porque yo le pedí no ir a Slytherin...

—Exacto —dijo Dumbledore, volviendo a sonreír—. Eso es lo que te
diferencia de Tom Ryddle. Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo
que somos, mucho más que nuestras habilidades. —Harry estaba en su silla,
atónito e inmóvil—. Si quieres una prueba de que perteneces a Gryffindor, te
sugiero que mires esto con más detenimiento.

Dumbledore se acercó al escritorio de la profesora McGonagall, cogió la
espada ensangrentada y se la pasó a Harry. Sin mucho ánimo, Harry le dio la
vuelta y vio brillar los rubíes a la luz del fuego. Y luego vio el nombre grabado
debajo de la empuñadura: Godric Gryffindor:

—Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del
sombrero, Harry —dijo simplemente Dumbledore.


Durante un minuto, ninguno de los dos dijo nada. Luego Dumbledore abrió
uno de los cajones del escritorio de la profesora McGonagall y sacó de él una
pluma y un tintero.

—Lo que necesitas, Harry, es comer algo y dormir. Te sugiero que bajes al
banquete, mientras escribo a Azkaban: necesitamos que vuelva nuestro
guarda. Y tengo que redactar un anuncio para El Profeta, además —añadió
pensativo—. Necesitamos un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras. Vaya, parece que no nos duran nada, ¿verdad?

Harry se levantó y se dispuso a salir. Pero apenas tocó el pomo de la
puerta, ésta se abrió tan bruscamente que pego contra la pared y rebotó.

Lucius Malfoy estaba allí, con el semblante furioso; y también Dobby,
encogido de miedo y cubierto de vendas.

—Buenas noches, Lucius —dijo Dumbledore amablemente.

El señor Malfoy casi derriba a Harry al entrar en el despacho. Dobby lo
seguía detrás, pegado a su capa, con una expresión de terror.

—¡Vaya! —dijo Lucius Malfoy, fijos en Dumbledore sus fríos ojos—. Ha
vuelto. El consejo escolar lo ha suspendido de sus funciones, pero aun así,
usted ha considerado conveniente volver.

—Bueno, Lucius, verá —dijo Dumbledore, sonriendo serenamente—, he
recibido una petición de los otros once representantes. Aquello parecía un
criadero de lechuzas, para serle sincero. Cuando recibieron la noticia de que la
hija de Arthur Weasley había sido asesinada, me pidieron que volviera
inmediatamente. Pensaron que, a pesar de todo, yo era el hombre más
adecuado para el cargo. Además, me contaron cosas muy curiosas. Algunos
incluso decían que usted les había amenazado con echar una maldición sobre
sus familias si no accedían a destituirme.

El señor Malfoy se puso aún más pálido de lo habitual, pero seguía con los
ojos cargados de furia.

—¿Así que... ha puesto fin a los ataques? —dijo con aire despectivo—.
¿Ha encontrado al culpable?

—Lo hemos encontrado —contestó Dumbledore, con una sonrisa.

—¿Y bien? —preguntó bruscamente Malfoy—. ¿Quién es?

—El mismo que la última vez, Lucius —dijo Dumbledore—. Pero esta vez
lord Voldemort actuaba a través de otra persona, por medio de este diario.

Levantó el cuaderno negro agujereado en el centro, y miró a Malfoy
atentamente. Harry, por el contrario, no apartaba los ojos de Dobby.

El elfo hacia cosas muy raras. Miraba fijamente a Harry, señalando el
diario, y luego al señor Malfoy. A continuación se daba puñetazos en la cabeza.


—Ya veo... —dijo despacio Malfoy a Dumbledore.

—Un plan inteligente —dijo Dumbledore con voz desapasionada, sin dejar
de mirar a Malfoy directamente a los ojos—. Porque si Harry, aquí presente —
el señor Malfoy dirigió a Harry una incisiva mirada de soslayo—, y su amigo
Ron no hubieran descubierto este cuaderno..., Ginny Weasley habría aparecido
como culpable. Nadie habría podido demostrar que ella no había actuado
libremente...

El señor Malfoy no dijo nada. Su cara se había vuelto de repente como de
piedra.

—E imagine —prosiguió Dumbledore— lo que podría haber ocurrido
entonces... Los Weasley son una de las familias de sangre limpia más
distinguidas. Imagine el efecto que habría tenido sobre Arthur Weasley y su Ley
de defensa de los muggles, si se descubriera que su propia hija había atacado
y asesinado a personas de origen muggle. Afortunadamente apareció el diario,
con los recuerdos de Ryddle borrados de él. Quién sabe lo que podría haber
pasado si no hubiera sido así.

El señor Malfoy hizo un esfuerzo por hablar.

—Ha sido una suerte —dijo fríamente.

Pero Dobby seguía, a su espalda, señalando primero al diario, después a
Lucius Malfoy, y luego pegándose en la cabeza.

Y Harry comprendió de pronto. Hizo un gesto a Dobby con la cabeza, y
éste se retiró a un rincón, retorciéndose las orejas para castigarse.

—¿Sabe cómo llegó ese diario a Ginny, señor Malfoy? —le preguntó Harry.

Lucius Malfoy se volvió hacia él.

—¿Por qué iba a saber yo de dónde lo cogió esa tonta? —preguntó.

—Porque usted se lo dio —respondió Harry—. En Flourish y Blotts. Usted
le cogió su libro de transformación y metió el diario dentro, ¿a que sí?

Vio que el señor Malfoy abría y cerraba las manos.

—Demuéstralo —dijo, furioso.

—Nadie puede demostrarlo —dijo Dumbledore, y sonrió a Harry—, puesto
que ha desaparecido del libro todo rastro de Ryddle. Por otro lado, le aconsejo,
Lucius, que deje de repartir viejos recuerdos escolares de lord Voldemort. Si algún
otro cayera en manos inocentes, Arthur Weasley se asegurará de que le
sea devuelto a usted...

Lucius Malfoy se quedó un momento quieto, y Harry vio claramente que su
mano derecha se agitaba como si quisiera empuñar la varita. Pero en vez de
hacerlo, se volvió a su elfo doméstico.


—¡Nos vamos, Dobby!

Tiró de la puerta, y cuando el elfo se acercó corriendo, le dio una patada
que lo envió fuera. Oyeron a Dobby gritar de dolor por todo el pasillo. Harry
reflexionó un momento, y entonces tuvo una idea.

—Profesor Dumbledore —dijo deprisa—, ¿me permite que le devuelva el
diario al señor Malfoy?

—Claro, Harry —dijo Dumbledore con calma—. Pero date prisa. Recuerda
el banquete.

Harry cogió el diario y salió del despacho corriendo. Aún se oían
alejándose los gritos de dolor de Dobby, que ya había doblado la esquina del
corredor. Rápidamente, preguntándose si sería posible que su plan tuviera
éxito, Harry se quitó un zapato, se sacó el calcetín sucio y embarrado, y metió

el diario dentro. Luego se puso a correr por el oscuro corredor.

Los alcanzó al pie de las escaleras.

—Señor Malfoy —dijo jadeando y patinando al detenerse—, tengo algo

para usted.

Y le puso a Lucius Malfoy en la mano el calcetín maloliente.

—¿Qué diablos...?

El señor Malfoy extrajo el diario del calcetín, tiró éste al suelo y luego pasó

la vista, furioso, del diario a Harry.

—Harry Potter, vas a terminar como tus padres uno de estos días —dijo
bajando la voz—. También ellos eran unos idiotas entrometidos. —Y se volvió
para irse—. Ven, Dobby. ¡He dicho que vengas!

Pero Dobby no se movió. Sostenía el calcetín sucio y embarrado de Harry,
contemplándolo como si fuera un tesoro de valor incalculable.

—Mi amo le ha dado a Dobby un calcetín —dijo el elfo asombrado—. Mi

amo se lo ha dado a Dobby.

—¿Qué? —escupió el señor Malfoy—. ¿Qué has dicho?

—Dobby tiene un calcetín —dijo Dobby aún sin poder creérselo—. Mi amo

lo tiró, y Dobby lo cogió, y ahora Dobby... Dobby es libre.

Lucius Malfoy se quedó de piedra, mirando al elfo. Luego embistió a Harry.

—¡Por tu culpa he perdido a mi criado, mocoso!

Pero Dobby gritó:

—¡Usted no hará daño a Harry Potter!


Se oyó un fuerte golpe, y el señor Malfoy cayó de espaldas. Bajó las
escaleras de tres en tres y aterrizó hecho una masa de arrugas. Se levantó,
lívido, y sacó la varita, pero Dobby le levantó un dedo amenazador.

—Usted se va a ir ahora —dijo con fiereza, señalando al señor Malfoy—.
Usted no tocará a Harry Potter. Váyase ahora mismo.

Lucius Malfoy no tuvo elección. Dirigiéndoles una última mirada de odio, se
cubrió por completo con la capa y salió apresuradamente.

—¡Harry Potter ha liberado a Dobby! —chilló el elfo, mirando a Harry. La
luz de la luna se reflejaba, a través de una ventana cercana, en sus ojos
esféricos—. ¡Harry Potter ha liberado a Dobby!

—Es lo menos que podía hacer, Dobby —dijo Harry, sonriendo—. Pero
prométame que no volverá a intentar salvarme la vida.

Una sonrisa amplia, con todos los dientes a la vista, cruzó la fea cara
cetrina del elfo.

—Sólo tengo una pregunta, Dobby —dijo Harry, mientras Dobby se ponía
el calcetín de Harry con manos temblorosas—. Usted me dijo que esto no tenía
nada que ver con El-que-no-debe-ser-nombrado, ¿recuerda? Bueno...

—Era una pista, señor —dijo Dobby, con los ojos muy abiertos, como si
resultara obvio—. Dobby le daba una pista. Antes de que cambiara de nombre,
el Señor Tenebroso podía ser nombrado tranquilamente, ¿se da cuenta?

—Bien —dijo Harry con voz débil—. Será mejor que me vaya. Hay un
banquete, y mi amiga Hermione ya estará recobrada...

Dobby le echó los brazos a Harry en la cintura y lo abrazó con fuerza.

—¡Harry Potter es mucho más grande de lo que Dobby suponía! —
sollozó—. ¡Adiós, Harry Potter!

Y dando un sonoro chasquido, Dobby desapareció.

Harry había estado presente en varios banquetes de Hogwarts, pero en
ninguno como aquél. Todos iban en pijama, y la celebración duró toda la
noche. Harry no sabía si lo mejor había sido cuando Hermione corrió hacia él
gritando: «¡Lo has conseguido! ¡Lo has conseguido!»; o cuando Justin se levantó
de la mesa de Hufflepuff y se le acercó veloz para estrecharle la mano y
disculparse infinitamente por haber sospechado de él; o cuando Hagrid llegó, a
las tres y media, y dio a Harry y a Ron unas palmadas tan fuertes en los hombros
que los tiró contra el postre; o cuando dieron a Gryffindor los cuatrocientos
puntos ganados por él y Ron, con lo que se aseguraron la copa de las casas
por segundo año consecutivo; o cuando la profesora McGonagall se levantó


para anunciar que el colegio, como obsequio a los alumnos, había decidido
prescindir de los exámenes («¡Oh, no!», exclamó Hermione); o cuando
Dumbledore anunció que, por desgracia, el profesor Lockhart no podría volver
el curso siguiente, debido a que tenía que ingresar en un sanatorio para recuperar
la memoria. Algunos de los profesores se unieron al grito de júbilo con el
que los alumnos recibieron estas noticias.

—¡Qué pena! —dijo Ron, cogiendo una rosquilla rellena de mermelada—.
Estaba empezando a caerme bien.

El resto del último trimestre transcurrió bajo un sol radiante y abrasador.
Hogwarts había vuelto a la normalidad, con sólo unas pequeñas diferencias: las
clases de Defensa Contra las Artes Oscuras se habían suspendido («pero
hemos hecho muchas prácticas», dijo Ron a una contrariada Hermione) y
Lucius Malfoy había sido expulsado del consejo escolar. Draco ya no se
pavoneaba por el colegio como si fuera el dueño. Por el contrario, parecía
resentido y enfurruñado. Y Ginny Weasley volvía a ser completamente feliz.

Muy pronto llegó el momento de volver a casa en el expreso de Hogwarts.
Harry, Ron, Hermione, Fred, George y Ginny tuvieron todo un compartimento
para ellos. Aprovecharon al máximo las últimas horas en que les estaba
permitido hacer magia antes de que comenzaran las vacaciones. Jugaron al
snap explosivo, encendieron las últimas bengalas del doctor Filibuster de
George y Fred, y jugaron a desarmarse unos a otros mediante la magia. Harry
estaba adquiriendo en esto gran habilidad.

Estaban llegando a Kings Cross cuando Harry recordó algo.

—Ginny.., ¿qué es lo que le viste hacer a Percy, que no quería que se lo
dijeras a nadie?

—¡Ah, eso! —dijo Ginny con una risita—. Bueno, es que Percy tiene novia.

A Fred se le cayeron los libros que llevaba en el brazo.

—¿Qué?

—Es esa prefecta de Ravenclaw, Penélope Clearwater —dijo Ginny—. Es
a ella a quien estuvo escribiendo todo el verano pasado. Se han estado viendo
en secreto por todo el colegio. Un día los descubrí besándose en un aula vacía.
Le afectó mucho cuando ella fue..., ya sabéis..., atacada. No os reiréis de él,
¿verdad? —añadió.

—Ni se me pasaría por la cabeza —dijo Fred, que ponía una cara como si
faltase muy poco para su cumpleaños.

—Por supuesto que no —corroboró George con una risita.


El expreso de Hogwarts aminoró la marcha y al final se detuvo.

Harry sacó la pluma y un trozo de pergamino y se volvió a Ron y Hermione.

—Esto es lo que se llama un número de teléfono —dijo Harry,
escribiéndolo dos veces y partiendo el pergamino en dos para darles un
número a cada uno—. Tu padre ya sabe cómo se usa el teléfono, porque el
verano pasado se lo expliqué. Llamadme a casa de los Dursley, ¿vale? No
podría aguantar otros dos meses sin hablar con nadie más que con Dudley...

—Pero tus tíos estarán muy orgullosos de ti, ¿no? —dijo Hermione cuando
salían del tren y se metían entre la multitud que iba en tropel hacia la barrera
encantada—. ¿Y cuando se enteren de lo que has hecho este curso?

—¿Orgullosos? —dijo Harry—. ¿Estás loca? ¿Con todas las oportunidades
que tuve de morir, y no lo logré? Estarán furiosos...

Y juntos atravesaron la verja hacia el mundo muggle.

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