martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 12. La poción «multijugos»

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta
se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry
que esperara y lo dejó solo.

Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos
de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho,
el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del
colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves
y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes
muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo.
Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y
mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran
escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un
sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en
las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo
para ver si..., sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa
correcta.

Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo
puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos,
igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó pero
no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:

—¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?


—Mmm, no —respondió Harry—. Esto..., lamento molestarte, pero quería
preguntarte...

—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada
—dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar.
Pero mantengo lo que dije... aunque —Harry contuvo la respiración— podrías
haber ido a Slytherin.

El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó.
Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de
nuevo en el estante.

—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero. Éste no
se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido
como de arcadas le hizo volverse completamente.

No estaba solo. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un
pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Harry lo
miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular
ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lo
miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de
Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando
el pájaro comenzó a arder.

Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Buscó por si
hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto,
se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante
después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el
suelo.

La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada...,
acaba de arder...

Para sorpresa de Harry, Dumbledore sonrió.

—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le
decía que se diera prisa.

Se rió de la cara atónita que ponía Harry.

—Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega
el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...

Harry dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y
arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el
antiguo.

—Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —dijo


Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es
realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los
fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes
curativos y son mascotas muy fieles.

Con el susto del incendio de Fawkes, Harry se había olvidado del motivo
por el que se encontraba allí, pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó
en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos
penetrantes, de color azul claro.

Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta
se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión
desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo
muerto sujeto aún en una mano.

—¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba
con él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo...

Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el
gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.

—... No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es
necesario...

—Hagrid, yo...

—Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca...

—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry
atacara a esas personas.

—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—.
Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.

Y, con cierto embarazo, salió del despacho.

—¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repitió Harry esperanzado,
mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.

—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a
ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.

Harry aguardó con ansia mientras Dumbledore lo miraba, juntando las
yemas de sus largos dedos.

—Quiero preguntarte, Harry, si hay algo que te gustaría contarme —dijo
con amabilidad—. Lo que sea.

Harry no supo qué decir. Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis
los sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los
aseos de Myrtle la Llorona. Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio,
oída en dos ocasiones, y recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que


nadie más puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los
magos.» Pensó, también, en lo que todo el mundo comentaba sobre él, y en su
creciente temor a estar de alguna manera relacionado con Salazar Slytherin...

—No —respondió Harry—, no tengo nada que contarle.

La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico
pánico lo que hasta aquel momento había sido inquietud. Curiosamente, resultó
ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente. Se
preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma;
qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto. La gente se
apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a casa en
Navidad.

—Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y
Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones
deliciosas.

Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado
también para quedarse en vacaciones. Pero Harry estaba contento de que la
mayor parte de la gente se fuera. Estaba harto de que se hicieran a un lado
cuando circulaba por los pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir
veneno; harto de que a su paso los demás murmuraran, le señalaran y
hablaran en voz baja.

Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido. Le
salían al paso y marchaban delante de él por los corredores gritando:

—Abran paso al heredero de Slytherin, aquí llega el brujo malvado de
veras...

Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.

—No es asunto de risa —decía con frialdad.

—Quítate del camino, Percy —decía Fred—. Harry tiene prisa.

—Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo
sirviente —decía George, riéndose.

Ginny tampoco lo encontraba divertido.

—¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba a Harry a quién
planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse con Harry, George
hacía como que se protegía de Harry con un gran diente de ajo.

A Harry no le importaba; incluso le aliviaba que Fred y George pensaran
que la idea del heredero de Slytherin era para tomársela a guasa. Pero sus


payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez
que los veía con aquel pitorreo.

—Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron
sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se le gane en cualquier
cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo.

—No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La
poción multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre
él.

Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como
la nieve en los campos. Más que lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se
alegró de que él, Hermione y los Weasley pudieran gobernar la torre de
Gryffindor, lo que quería decir que podían jugar al snap explosivo dando voces
y sin molestar a nadie, o podían batirse en privado. Fred, George y Ginny
habían preferido quedarse en el colegio a ir a visitar a Bill a Egipto con sus
padres. Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil comportamiento, no
pasaba mucho tiempo en la sala común de Gryffindor. Ya les había dicho en
tono presuntuoso que se quedaba en Navidad porque era el deber de un
prefecto ayudar a los profesores durante los períodos difíciles.

Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Hermione despertó temprano a
Harry y Ron, los únicos que quedaban en aquel dormitorio. Iba ya vestida y
llevaba regalos para ambos.

—¡Despertad! —dijo en voz alta, abriendo las cortinas de la ventana.

—Hermione..., sabes que no puedes entrar aquí —dijo Ron, protegiéndose
los ojos de la luz.

—Feliz Navidad a ti también —le dijo Hermione, arrojándole su regalo—.
Me he levantado hace casi una hora, para añadir más crisopos a la poción. Ya
está lista.

Harry se sentó en la cama, despertando por completo de repente.

—¿Estás segura?

—Del todo —dijo Hermione, apartando a la rata Scabbers para poder
sentarse a los pies de la cama—. Si nos decidimos a hacerlo, creo que tendría
que ser esta noche.

En aquel momento, Hedwig aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un
paquete muy pequeño.

—Hola —dijo contento Harry, cuando la lechuza se posó en su cama—,
¿me hablas de nuevo?


La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser
mucho mejor regalo que el que le llevaba, que era de los Dursley. Éstos le
enviaban un mondadientes y una nota en la que le pedían que averiguara si
podría quedarse en Hogwarts también durante las vacaciones de verano.

El resto de los regalos de Navidad de Harry fueron bastante más
generosos. Hagrid le enviaba un bote grande de caramelos de café con leche
que Harry decidió ablandar al fuego antes de comérselos; Ron le regaló un libro
titulado Volando con los Cannons, que trataba de hechos interesantes de su
equipo favorito de quidditch; y Hermione le había comprado una lujosa pluma
de águila para escribir. Harry abrió el último regalo y encontró un jersey nuevo,
tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake. Cogió la tarjeta con un
renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del señor Weasley, que
no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce boxeador, y de la
cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro inmediato.

Nadie podía dejar de asistir a la comida de Navidad en Hogwarts, aunque
estuviera atemorizado por tener que tomar luego la poción multijugos.

El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de
árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y
muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve
mágica, cálida y seca. Cantaron villancicos, y Dumbledore los dirigió en
algunos de sus favoritos. Hagrid gritaba más fuerte a cada copa de ponche que
tomaba. Percy, que no se había dado cuenta de que Fred le había encantado
su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no
paraba de preguntar a todos de qué se reían. Harry ni siquiera se preocupaba
por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Slytherin hacía Draco
Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con un poco de suerte, Malfoy
recibiría su merecido unas horas después.

Harry y Ron apenas habían terminado su tercer trozo de tarta de Navidad,
cuando Hermione les hizo salir del salón con ella para ultimar los planes para la
noche.

—Aún nos falta conseguir algo de las personas en que os vais a convertir
—dijo Hermione sin darle importancia, como si los enviara al supermercado a
comprar detergente—. Y, desde luego, lo mejor será que podáis conseguir algo
de Crabbe y de Goyle; como son los mejores amigos de Malfoy, él les contaría
cualquier cosa. Y también tenemos que asegurarnos de que los verdaderos
Crabbe y Goyle no aparecen mientras lo interrogamos.

»Lo tengo todo solucionado —siguió ella tranquilamente y sin hacer caso
de las caras atónitas de Harry y Ron. Les enseñó dos pasteles redondos de
chocolate—. Los he rellenado con una simple pócima para dormir. Todo lo que
tenéis que hacer es aseguraros de que Crabbe y Goyle los encuentran. Ya
sabéis lo glotones que son; seguro que se los tragan. Cuando estén dormidos,


los esconderemos en uno de los armarios de la limpieza y les arrancaremos
unos pelos.

Harry y Ron se miraron incrédulos.

—Hermione, no creo...

—Podría salir muy mal...

Pero Hermione los miró con expresión severa, como la que habían visto a
veces adoptar a la profesora McGonagall.

—La poción no nos servirá de nada si no tenemos unos pelos de Crabbe y
Goyle —dijo con severidad—. Queréis interrogar a Malfoy, ¿no?

—De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—. Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a
arrancar tú?

—¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione alegre, sacando una botellita
diminuta de un bolsillo y enseñándoles un único pelo que había dentro de
ella—. ¿Os acordáis de que me batí con Millicent Bulstrode en el club de
duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto en mi túnica! Y se ha ido a su casa a
pasar las Navidades. Así que lo único que tengo que decirles a los de Slytherin
es que he decidido volver.

Al marcharse Hermione corriendo para ver cómo iba la poción multijugos,
Ron se volvió hacia Harry con una expresión fatídica.

—¿Habías oído alguna vez un plan en el que pudieran salir mal tantas
cosas?

Pero, para sorpresa de Harry y de Ron, la primera fase de la operación resultó
tan sencilla como Hermione había supuesto. Se escondieron en el vacío
vestíbulo después de la merienda de Navidad, esperando a Crabbe y a Goyle,
que se habían quedado solos en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro
porciones de bizcocho. Harry había dejado los pasteles de chocolate en el
extremo del pasamanos. Al ver a Crabbe y Goyle salir del Gran Comedor,
Harry y Ron se ocultaron rápidamente detrás de una armadura, junto a la
puerta principal.

—¿Cuánto puede llegar uno a engordar? —susurró Ron entusiasmado al
ver que Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle los pasteles y los cogía.
Sonriendo de forma estúpida, se metieron los pasteles enteros en la boca. Los
masticaron glotonamente durante un momento, poniendo cara de triunfo.
Luego, sin el más leve cambio en la expresión, se desplomaron de espaldas en
el suelo.

Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el armario, al otro lado del vestíbulo. En


cuanto los tuvieron bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry
arrancó un par de pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la
frente, y Ron arrancó a Crabbe también algunos. Les cogieron asimismo los
zapatos, porque los suyos eran demasiado pequeños para el tamaño de los
pies de Crabbe y Goyle. Luego, todavía aturdidos por lo que acababan de
hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.

Apenas podían ver nada a través del espeso humo negro que salía del
retrete en que Hermione estaba removiendo el caldero. Subiéndose las túnicas
para taparse la cara, Harry y Ron llamaron suavemente a la puerta.

—¿Hermione?

Se oyó el chirrido del cerrojo y salió Hermione, con la cara sudorosa y una
mirada inquieta. Tras ella se oía el gluglu de la poción que hervía, espesa como
melaza. Sobre la taza del retrete había tres vasos de cristal ya preparados.

Harry sacó el pelo de Goyle.

—Bien. Y yo he cogido estas túnicas de la lavandería —dijo Hermione,
enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis tallas mayores cuando os
hayáis convertido en Crabbe y Goyle.

Los tres miraron el caldero. Vista de cerca, la poción parecía barro espeso
y oscuro que borboteaba lentamente.

—Estoy segura de que lo he hecho todo bien —dijo Hermione, releyendo
nerviosamente la manchada página de Moste Potente Potions—. Parece que
es tal como dice el libro... En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una
hora antes de volver a convertirnos en nosotros mismos.

—¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.

—La separamos en los tres vasos y echamos los pelos. Hermione sirvió en
cada vaso una cantidad considerable de poción. Luego, con mano temblorosa,
trasladó el pelo de Millicent Bulstrode de la botella al primero de los vasos.

La poción emitió un potente silbido, como el de una olla a presión, y
empezó a salir muchísima espuma. Al cabo de un segundo, se había vuelto de
un amarillo asqueroso.

—Aggg..., esencia de Millicent Bulstrode —dijo Ron, mirándolo con
aversión—. Apuesto a que tiene un sabor repugnante.

—Echad los vuestros, venga —les dijo Hermione.

Harry metió el pelo de Goyle en el vaso del medio, y Ron, el pelo de
Crabbe en el último. Una y otra poción silbaron y echaron espuma, la de Goyle
se volvió del color caqui de los mocos, y la de Crabbe, de un marrón oscuro y
turbio.

—Esperad —dijo Harry, cuando Ron y Hermione cogieron sus vasos—.


Será mejor que no los bebamos aquí juntos los tres: al convertirnos en Crabbe
y Goyle ya no estaremos delgados. Y Millicent Bulstrode tampoco es una
sílfide.

—Bien pensado —dijo Ron, abriendo la puerta—. Vayamos a retretes
separados.

Con mucho cuidado para no derramar una gota de poción multijugos, Harry
pasó al del medio.

—¿Listos? —preguntó.

—Listos —le contestaron las voces de Ron y Hermione.

—A la una, a las dos, a las tres...

Tapándose la nariz, Harry se bebió la poción en dos grandes tragos. Sabía
a col muy cocida.

Inmediatamente, se le empezaron a retorcer las tripas como si acabara de
tragarse serpientes vivas. Se encogió y temió ponerse malo. Luego, un ardor
surgido del estómago se le extendió rápidamente hasta las puntas de los dedos
de manos y pies. Jadeando, se puso a cuatro patas y tuvo la horrible sensación
de estarse derritiendo al notar que la piel de todo el cuerpo le quemaba como
cera caliente, y antes de que los ojos y las manos le empezaran a crecer, los
dedos se le hincharon, las uñas se le ensancharon y los nudillos se le abultaron
como tuercas. Los hombros se le separaron dolorosamente, y un picor en la
frente le indicó que el pelo se le caía sobre las cejas. Se le rasgó la túnica al
ensanchársele el pecho como un barril que reventara los cinchos. Los pies le
dolían dentro de unos zapatos cuatro números menos de su medida...

Todo concluyó tan repentinamente como había comenzado. Harry se
encontró tendido boca abajo, sobre el frío suelo de piedra, oyendo a Myrtle
sollozar de tristeza al fondo de los aseos. Con dificultad, se desprendió de los
zapatos y se puso de pie. O sea que así se sentía uno siendo Goyle. Con una
gran mano temblorosa se desprendió de su antigua túnica, que le quedaba a
un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó los zapatos de Goyle, que
eran como barcas. Se llevó una mano a la frente para retirarse el pelo de los
ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían en
la misma frente. Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista,
porque obviamente Goyle no las necesitaba. Se las quitó y preguntó:

—¿Estáis bien? —De su boca surgió la voz baja y áspera de Goyle.

—Sí —contestó, proveniente de su derecha, el gruñido de Crabbe.

Harry abrió su puerta y se acercó al espejo quebrado. Goyle le devolvió la
mirada con ojos apagados y hundidos en las cuencas. Harry se rascó una
oreja, tal como hacía Goyle.

Se abrió la puerta de Ron. Se miraron. Salvo por estar pálido y asustado,
Ron era idéntico a Crabbe en todo, desde el pelo cortado con tazón hasta los


largos brazos de gorila.

—Es increíble —dijo Ron, acercándose al espejo y pinchando con el dedo
la nariz chata de Crabbe—. Increíble.

—Mejor que nos vayamos —dijo Harry, aflojándose el reloj que oprimía la
gruesa muñeca de Goyle—. Aún tenemos que averiguar dónde se encuentra la
sala común de Slytherin. Espero que demos con alguien a quien podamos

seguir hasta allí.

Ron dijo, contemplando a Harry:

—No sabes lo raro que se me hace ver a Goyle pensando.

Golpeó en la puerta de Hermione.

—Vamos, tenemos que irnos... Una voz aguda le contestó:

—Me... me temo que no voy a poder ir. Id vosotros sin mí.

—Hermione, ya sabemos que Millicent Bulstrode es fea, nadie va a saber

que eres tú.

—No, de verdad... no puedo ir. Daos prisa vosotros, no perdáis tiempo.

Harry miró a Ron, desconcertado.

—Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone esta cara cuando un

profesor pregunta.

—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry a través de la puerta.

—Sí, estoy bien... Marchaos.

Harry miró el reloj. Ya habían transcurrido cinco de sus preciosos sesenta

minutos.

—Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale? —dijo él.

Harry y Ron abrieron con cuidado la puerta de los lavabos, comprobaron

que no había nadie a la vista y salieron.

—No muevas así los brazos —susurró Harry a Ron.

—¿Eh?

—Crabbe los mantiene rígidos...

—¿Así?

—Sí, mucho mejor.

Bajaron por la escalera de mármol. Lo que necesitaban en aquel momento


era a alguien de Slytherin a quien pudieran seguir hasta la sala común, pero no
había nadie por allí.

—¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.

—Cuando los de Slytherin bajan a desayunar, creo que vienen de por allí
—dijo Ron, señalando con un gesto de la cabeza la entrada de las mazmorras.
Apenas lo había terminado de decir, cuando una chica de pelo largo rizado
salió de la entrada.

—Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa hacia ella—, se nos ha olvidado
por dónde se va a nuestra sala común.

—Me parece que no os entiendo —dijo la chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala
común? Yo soy de Ravenclaw.

Y se alejó, volviendo recelosa la vista hacia ellos.

Harry y Ron bajaron corriendo los escalones de piedra y se internaron en la
oscuridad. Sus pasos resonaban muy fuerte cuando los grandes pies de
Crabbe y Goyle golpeaban contra el suelo, pero temían que la cosa no
resultara tan fácil como se habían imaginado.

Los laberínticos corredores estaban desiertos. Fueron bajando más y más
pisos, mirando constantemente sus relojes para comprobar el tiempo que les
quedaba. Después de un cuarto de hora, cuando ya estaban empezando a
desesperarse, oyeron un ruido delante.

—¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno de ellos!

La figura salía de una sala lateral. Sin embargo, después de acercarse a
toda prisa, se les cayó el alma a los pies: no se trataba de nadie de Slytherin,
era Percy.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con sorpresa. Percy lo miró
ofendido.

—Eso —contestó fríamente— no es asunto de tu incumbencia. Tú eres
Crabbe, ¿no?

—Eh... sí —respondió Ron.

—Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo Percy con severidad—. En estos
días no es muy prudente merodear por los corredores.

—Pues tú lo haces —señaló Ron.

—Yo —dijo Percy, dándose importancia— soy un prefecto. Nadie va a
atacarme.

Repentinamente, resonó una voz detrás de Harry y Ron. Draco Malfoy
caminaba hacia ellos, y por primera vez en su vida, a Harry le encantó verlo.


—Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os habéis pasado todo el tiempo en
el Gran Comedor, poniéndoos como cerdos? Os estaba buscando, quería
enseñaros algo realmente divertido.

Malfoy echó una mirada fulminante a Percy.

—¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le preguntó con aire despectivo.

Percy se ofendió aún más.

—¡Tendrías que mostrar un poco más de respeto a un prefecto! —dijo—.
¡No me gusta ese tono!

Malfoy lo miró despectivamente e indicó a Harry y a Ron que lo siguieran.
A Harry casi se le escapa disculparse ante Percy, pero se dio cuenta justo atiempo. Él y Ron salieron a toda prisa detrás de Malfoy, que les decía, mientras
tomaban el siguiente corredor:

—Ese Peter Weasley...

—Percy —le corrigió automáticamente Ron.

—Como sea —dijo Malfoy—. He notado que últimamente entra y sale
mucho por aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué es lo que pasa. Cree
que va a pillar al heredero de Slytherin él solito.

Lanzó una risotada breve y burlona. Harry y Ron se cambiaron miradas de
emoción.

Malfoy se detuvo ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad.

—¿Cuál es la nueva contraseña? —preguntó a Harry.

—Eh... —dijo éste.

—¡Ah, ya! «¡Sangre limpia!» —dijo Malfoy, sin escuchar, y se abrió una
puerta de piedra disimulada en la pared. Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo
siguieron.

La sala común de Slytherin era una sala larga, semisubterránea, con los
muros y el techo de piedra basta. Varias lámparas de color verdoso colgaban
del techo mediante cadenas. Enfrente de ellos, debajo de la repisa labrada de
la chimenea, crepitaba la hoguera, y contra ella se recortaban las siluetas de
algunos miembros de la casa Slytherin, acomodados en sillas de estilo muy
recargado.

—Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y Ron, indicándoles un par de sillas
vacías separadas del fuego—. Voy a traerlo. Mi padre me lo acaba de enviar.

Preguntándose qué era lo que Malfoy iba a enseñarles, Harry y Ron se
sentaron, intentando aparentar que se encontraban en su casa.


Malfoy volvió al cabo de un minuto, con lo que parecía un recorte de
periódico. Se lo puso a Ron debajo de la nariz.

—Te vas a reír con esto —dijo.

Harry vio que Ron abría los ojos, asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy
forzadamente y pasó el papel a Harry.

Era de El Profeta, y decía:

INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Indebido de
la Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un
automóvil muggle.

El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio
Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a
comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor
Weasley.

«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el
señor Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona
adecuada para redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa
de los muggles debería ser retirada inmediatamente.»

El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su
esposa amenazó a los periodistas diciéndoles que si no se marchaban,
les arrojaría el fantasma de la familia.

—¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente, cuando Harry le devolvió el recorte—.
¿No os parece divertido?

—Ja, ja —rió Harry lúgubremente.

—Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su
varita mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera
en que se comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.

A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le contorsionaba la cara de la rabia.

—¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.

—Me duele el estómago —gruñó Ron.

—Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una
patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose—. ¿Sabéis qué? Me sorprende que


El Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo
pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo. Si no para
la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi padre dice siempre que la dirección de
Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca a este colegio. Le gustan los
que vienen de familia muggle. Un director decente no habría admitido nunca
una basura como el Creevey ése.

Malfoy empezó a sacar fotos con una cámara imaginaria, imitando a Colin,
cruel pero acertadamente.

—Potter, ¿puedo sacarte una foto, Potter? ¿Me concedes un autógrafo?
¿Puedo lamerte los zapatos, Potter, por favor?

Bajó las manos y se quedó mirando a Harry y a Ron.

—¿Qué os pasa a vosotros dos?

Demasiado tarde, Harry y Ron se rieron a la fuerza; sin embargo, Malfoy
pareció satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle fueran siempre lentos para
comprender las gracias.

—San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése
es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no
iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger. ¡Y se creen que
él es el heredero de Slytherin!

Harry y Ron estaban con el corazón en un puño; quizás a Malfoy le
faltaban unos segundos para decirles que el heredero era él. Pero en aquel
momento...

—Me gustaría saber quién es —dijo Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.

A Ron se le quedó la boca abierta, de manera que la cara de Crabbe
parecía aún más idiota de lo usual. Afortunadamente, Malfoy no se dio cuenta,
y Harry, pensando rápido, dijo:

—Tienes que tener una idea de quién hay detrás de todo esto.

—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo
Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la
última vez que se abrió la Cámara de los Secretos. Aunque sucedió hace
cincuenta años, y por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello,
pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría
sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió
la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que sólo
es cuestión de tiempo que muera otro esta vez... Espero que sea Granger —
dijo con deleite.

Ron apretaba los grandes puños de Crabbe. Dándose cuenta de que todo
se echaría a perder si pegaba a Malfoy, Harry le dirigió una mirada de aviso y
dijo:


—¿Sabes si cogieron al que abrió la cámara la última vez?

—Sí... Quienquiera que fuera, lo expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de
estar en Azkaban.

—¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin entender.

—Claro, en Azkaban, la prisión mágica, Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin
dar crédito a su torpeza—. La verdad es que si fueras más lento irías para
atrás.

Se movió nervioso en su silla y dijo:

—Mi padre dice que tengo que mantenerme al margen y dejar que el
heredero de Slytherin haga su trabajo. Dice que el colegio tiene que librarse de
toda esa infecta sangre sucia, pero que yo no debo mezclarme. Naturalmente,
él ya tiene bastantes problemas por el momento. ¿Sabéis que el Ministerio de
Magia registró nuestra casa la semana pasada? —Harry intentó que la
inexpresiva cara de Goyle expresara algo de preocupación—. Sí... —dijo
Malfoy—. Por suerte, no encontraron gran cosa. Mi padre posee algunos
objetos de Artes Oscuras muy valiosos. Pero afortunadamente nosotros
también tenemos nuestra propia cámara secreta debajo del suelo del salón.

—¡Ah! —exclamó Ron.

Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo. Ron se puso rojo, incluso el pelo se le
volvió un poco rojo. También se le alargó la nariz. La hora de que disponían
llegaba a su fin, de forma que Ron estaba empezando a convertirse en sí
mismo, y a juzgar por la mirada de horror que dirigía a Harry, a éste le estaba
sucediendo lo mismo.

Se pusieron de pie de un salto.

—Necesito algo para el estómago —gruñó Ron, y sin más preámbulos
echaron a correr a lo largo de la sala común de Slytherin, lanzándose contra el
muro de piedra y metiéndose por el corredor, y deseando desesperadamente
que Malfoy no se hubiera dado cuenta de nada. Harry podía notarse los pies
sueltos dentro de los grandes zapatos de Goyle, y tuvo que levantarse los
bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron los escalones y llegaron
al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos golpes que llegaban
del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle. Dejando los zapatos
junto a la puerta del armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos
de Myrtle la Llorona.

—Bueno, no ha sido completamente inútil —dijo Ron, cerrando tras ellos la
puerta de los aseos—. Ya sé que todavía no hemos averiguado quién ha
cometido las agresiones, pero mañana voy a escribir a mi padre para decirle
que miren debajo del salón de Malfoy.

Harry se miró la cara en el espejo roto. Volvía a la normalidad. Se puso las
gafas mientras Ron llamaba a la puerta del retrete de Hermione.


—Hermione, sal, tenemos muchas cosas que contarte.
—¡Marchaos! —chilló Hermione.
Harry y Ron se miraron el uno al otro.
—¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que estar a punto de volver a la

normalidad, nosotros ya...
Pero Myrtle la Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete.

Harry nunca la había visto tan contenta.

—¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es horrible!

Oyeron descorrerse el cerrojo, y Hermione salió, sollozando, tapándose la

cara con la túnica.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—. ¿Todavía te queda la nariz de
Millicent o algo así?

Hermione se descubrió la cara y Ron retrocedió hasta darse en los riñones
con un lavabo.

Tenía la cara cubierta de pelo negro. Los ojos se le habían puesto
amarillos y unas orejas puntiagudas le sobresalían de la cabeza.

—¡Era un pelo de gato! —maulló—. ¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener

un gato! ¡Y la poción no está pensada para transformarse en animal!

—¡Eh, vaya! —exclamó Ron.

—Todos se van a reír de ti —dijo Myrtle, muy contenta.

—No te preocupes, Hermione —se apresuró a decir Harry—. Te

llevaremos a la enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca demasiadas
preguntas...

Les costó mucho trabajo convencer a Hermione de que saliera de los
aseos. Myrtle la Llorona los siguió riéndose con ganas.

—¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!

No hay comentarios:

Publicar un comentario