martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 9. La inscripción en el muro

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?

Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a
empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las
manos a la cara.

—¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con
los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has
matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te...!

—¡Argus!

Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos


segundos, pasó por delante de Harry, Ron y Hermione y sacó a la Señora
Norris de la argolla.

—Ven conmigo, Argus —dijo a Filch—. Vosotros también, Potter, Weasley
y Granger.

Lockhart se adelantó algo asustado.

—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras.
Puede disponer de él.

—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.

La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nervioso y
dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron la
profesora McGonagall y el profesor Snape.

Cuando entraron en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en
las paredes; Harry se dio cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se
escondían de la vista, porque llevaban los rulos puestos. El Lockhart de carne y
hueso encendió las velas de su mesa y se apartó. Dumbledore dejó a la
Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Harry, Ron y
Hermione intercambiaron tensas miradas y, echando una ojeada a los demás,
se sentaron fuera de la zona iluminada por las velas.

Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y ganchuda a una distancia
de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo
de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo
con sus largos dedos. La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como
él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una
expresión peculiar, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para no
sonreír. Y Lockhart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.

—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte..., quizá
la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que
no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.

Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acompañaban los
comentarios de Lockhart. El conserje se desplomó en una silla junto a la mesa,
con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris. Pese
a lo mucho que detestaba a Filch, Harry no pudo evitar sentir compasión por él,
aunque no tanta como la que sentía por sí mismo. Si Dumbledore creía a Filch,
lo expulsarían sin ninguna duda.

Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible.
Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si
acabara de ser disecada.

—... Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo
Lockhart—, una serie de ataques. La historia completa está en mi
autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el
peligro inmediatamente.


Todas las fotografías de Lockhart que había en las paredes movieron la
cabeza de arriba abajo confirmando lo que éste decía. A una se le había
olvidado quitarse la redecilla del pelo.

Finalmente, Dumbledore se incorporó.

—No está muerta, Argus —dijo con cautela.

Lockhart interrumpió de repente su cálculo del número de asesinatos
evitados por su persona.

—¿Que no está muerta? —preguntó Filch entre sollozos, mirando por entre
los dedos a la Señora Norris—. ¿Y por qué está rígida?

—La han petrificado —explicó Dumbledore.

—Ah, ya me parecía a mí... —dijo Lockhart.

—Pero no podría decir como...

—¡Pregúntele! —chilló Filch, volviendo a Harry su cara con manchas y
llena de lágrimas.

—Ningún estudiante de segundo curso podría haber hecho esto —dijo
Dumbledore con firmeza—. Es magia negra muy avanzada.

—¡Lo hizo él! —saltó Filch, y su hinchado rostro enrojeció—. ¡Ya ha visto loque escribió en el muro! Él encontró... en la conserjería... Sabe que soy, que
soy un... —Filch hacía unos gestos horribles—. ¡Sabe que soy un squib!
—concluyó.

—¡No he tocado a la Señora Norris! —dijo Harry con voz potente,
sintiéndose incómodo al notar que todos lo miraban, incluyendo los Lockhart
que había en las paredes—. Y ni siquiera sé lo que es un squib.

—¡Mentira! —gruñó Filch—. ¡Él vio la carta de Embrujorrápid!

—Si se me permite hablar, señor director —dijo Snape desde la penumbra,
y Harry se asustó aún más, porque estaba seguro de que Snape no diría nada
que pudiera beneficiarle—, Potter y sus amigos simplemente podrían haberse
encontrado en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno —dijo,
aunque con una leve expresión de desprecio en los labios, como silo pusiera
en duda—; sin embargo, aquí tenemos una serie de circunstancias sospechosas:
¿por qué se encontraban en el corredor del piso superior? ¿Por qué no
estaban en la fiesta de Halloween?

Harry, Ron y Hermione se pusieron a dar a la vez una explicación sobre la
fiesta de cumpleaños de muerte.

—... había cientos de fantasmas que podrán testificar que estábamos allí.

—Pero ¿por qué no os unisteis a la fiesta después? —preguntó Snape. Los


ojos negros le brillaban a la luz de las velas—. ¿Por qué subisteis al corredor?

Ron y Hermione miraron a Harry.

—Porque..., porque... —dijo Harry, con el corazón latiéndole a toda prisa;
algo le decía que parecería muy rebuscado si explicaba que lo había conducido
hasta allí una voz que no salía de ningún sitio y que nadie sino él había podido
oír—, porque estábamos cansados y queríamos ir a la cama —dijo.

—¿Sin cenar? —preguntó Snape. Una sonrisa de triunfo había aparecido
en su adusto rostro—. No sabía que los fantasmas dieran en sus fiestas
comida buena para los vivos.

—No teníamos hambre —dijo Ron con voz potente, y las tripas le rugieron
en aquel preciso instante.

La desagradable sonrisa de Snape se ensanchó más.

—Tengo la impresión, señor director, de que Potter no está siendo
completamente sincero —dijo—. Podría ser una buena idea privarle de
determinados privilegios hasta que se avenga a contarnos toda la verdad.
Personalmente, creo que debería ser apartado del equipo de quidditch de
Gryffindor hasta que decida no mentir.

—Francamente, Severus —dijo la profesora McGonagall bruscamente—,
no veo razón para que el muchacho deje de jugar al quidditch. Este gato no ha
sido golpeado en la cabeza con el palo de una escoba. No tenemos ninguna
prueba de que Potter haya hecho algo malo.

Dumbledore miraba a Harry de forma inquisitiva. Ante los vivos ojos azul
claro del director, Harry se sentía como si le examinaran por rayos X.

—Es inocente hasta que se demuestre lo contrario, Severus —dijo con
firmeza.

Snape parecía furioso. Igual que Filch.

—¡Han petrificado a mi gata! —gritó. Tenía los ojos desorbitados—. ¡Exijo
que se castigue a los culpables!

—Podremos curarla, Argus —dijo Dumbledore armándose de paciencia—.
La señora Sprout ha conseguido mandrágoras recientemente. En cuanto hayan
crecido, haré una poción con la que revivir a la Señora Norris.

—La haré yo —acometió Lockhart—. Creo que la he preparado unas cien
veces, podría hacerla hasta dormido.

—Disculpe —dijo Snape con frialdad—, pero creo que el profesor de
Pociones de este colegio soy yo.

Hubo un silencio incómodo.


—Podéis iros —dijo Dumbledore a Harry, Ron y Hermione.

Se fueron deprisa pero sin correr. Cuando estuvieron un piso más arriba
del despacho de Lockhart, entraron en un aula vacía y cerraron la puerta con
cuidado. Harry miró las caras ensombrecidas de sus amigos.

—¿Creéis que tendría que haberles hablado de la voz que oí?

—No —dijo Ron sin dudar—. Oír voces que nadie puede oír no es buena
señal, ni siquiera en el mundo de los magos.

Había algo en la voz de Ron que hizo que Harry le preguntase:

—Tú me crees, ¿verdad?

—Por supuesto —contestó Ron rápidamente—. Pero... tienes que admitir
que parece raro...

—Sí, ya sé que parece raro —admitió Harry—. Todo el asunto es muy raro.
¿Qué era lo que estaba escrito en el muro? «La cámara ha sido abierta.» ¿Qué
querrá decir?

—El caso es que me suena un poco —dijo Ron despacio—. Creo que
alguien me contó una vez una historia de que había una cámara secreta en
Hogwarts...; a lo mejor fue Bill.

—¿Y qué demonios es un squib? —preguntó Harry.

Para sorpresa de Harry, Ron ahogó una risita.

—Bueno, no es que sea divertido realmente... pero tal como es Filch... —
dijo—. Un squib es alguien nacido en una familia de magos, pero que no tiene
poderes mágicos. Todo lo contrario a los magos hijos de familia muggle, sólo
que los squibs son casos muy raros. Si Filch está tratando de aprender magia
mediante un curso de Embrujorrápid, seguro que es un squib. Eso explica
muchas cosas, como que odie tanto a los estudiantes. —Ron sonrió con
satisfacción—. Es un amargado.

De algún lugar llegó el sonido de un reloj.

—Es medianoche —señaló Harry—. Es mejor que nos vayamos a dormir
antes de que Snape nos encuentre y quiera acusarnos de algo más.

Durante unos días, en la escuela no se habló de otra cosa que de lo que le
habían hecho a la Señora Norris. Filch mantenía vivo el recuerdo en la
memoria de todos haciendo guardia en el punto en que la habían encontrado,
como si pensara que el culpable volvería al escenario del crimen. Harry le
había visto fregar la inscripción del muro con el Quitamanchas mágico


multiusos de la señora Skower, pero no había servido de nada: las palabras
seguían tan brillantes como el primer día. Cuando Filch no vigilaba el escenario
del crimen, merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos,
ensañándose con estudiantes que no tenían ninguna culpa e intentando
castigarlos por faltas imaginarias como «respirar demasiado fuerte» o «estar
contento».

Ginny Weasley parecía muy afectada por el destino de la Señora Norris.
Según Ron, era una gran amante de los gatos.

—Pero si no conocías a la Señora Norris —le dijo Ron para animarla—. La
verdad es que estamos mucho mejor sin ella. —A Ginny le tembló el labio—.
Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que haya sido
y lo echarán de aquí inmediatamente. Sólo espero que le dé tiempo a petrificar
a Filch antes de que lo expulsen. Esto es broma... —añadió apresuradamente,
al ver que Ginny se ponía blanca.

Aquel acto vandálico también había afectado a Hermione. Ya era habitual
en ella pasar mucho tiempo leyendo, pero ahora prácticamente no hacía otra
cosa. Cuando le preguntaban qué buscaba, no obtenían respuesta, y tuvieron
que esperar al miércoles siguiente para enterarse.

Harry se había tenido que quedar después de la clase de Pociones, porque
Snape le había mandado limpiar los gusanos de los pupitres. Tras comer
apresuradamente, subió para encontrarse con Ron en la biblioteca, donde vio a
Justin Finch-Fletchey, el chico de la casa de Hufflepuff con el que coincidían en
Herbología, que se le acercaba. Harry acababa de abrir la boca para decir
«hola» cuando Justin lo vio, cambió de repente de rumbo y se marchó deprisa
en sentido opuesto.

Harry encontró a Ron al fondo de la biblioteca, midiendo sus deberes de
Historia de la Magia. El profesor Binns les había mandado un trabajo de un
metro de largo sobre «La Asamblea Medieval de Magos de Europa».

—No puede ser, todavía me quedan veinte centímetros... —dijo furioso
Ron soltando el pergamino, que recuperó su forma de rollo— y Hermione ha
llegado al metro y medio con su letra diminuta.

—¿Dónde está? —preguntó Harry, cogiendo la cinta métrica y
desenrollando su trabajo.

—En algún lado por allá —respondió Ron, señalando hacia las
estanterías—. Buscando otro libro. Creo que quiere leerse la biblioteca entera
antes de Navidad.

Harry le contó a Ron que Justin Finch-Fletchey lo había esquivado y se
había alejado de él a toda prisa.

—No sé por qué te preocupa, si siempre has pensado que era un poco
idiota —dijo Ron, escribiendo con la letra más grande que podía—. Todas esas
tonterías sobre lo maravilloso que es Lockhart...


Hermione surgió de entre las estanterías. Parecía disgustada pero
dispuesta a hablarles por fin.

—No queda ni uno de los ejemplares que había en el colegio; se han
llevado la Historia de Hogwarts —dijo, sentándose junto a Harry y Ron—. Y hay
una lista de espera de dos semanas. Lamento haberme dejado en casa mi
ejemplar, pero con todos los libros de Lockhart, no me cabía en el baúl.

—¿Para qué lo quieres? —le preguntó Harry.

—Para lo mismo que el resto de la gente —contestó Hermione—: para leer
la leyenda de la Cámara de los Secretos.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry al instante.

—Eso quisiera yo saber. Pero no lo recuerdo —contestó Hermione,
mordiéndose el labio—. Y no consigo encontrar la historia en ningún otro lado.

—Hermione, déjame leer tu trabajo —le pidió Ron desesperado, mirando el
reloj.

—No, no quiero —dijo Hermione, repentinamente severa—. Has tenido
diez días para acabarlo.

—Sólo me faltan seis centímetros, venga.

Sonó la campana. Ron y Hermione se encaminaron al aula de Historia de
la Magia, discutiendo.

Historia de la Magia era la asignatura más aburrida de todas. El profesor
Binns, que la impartía, era el único profesor fantasma que tenían, y lo más
emocionante que sucedía en sus clases era su entrada en el aula, a través de
la pizarra. Viejo y consumido, mucha gente decía de él que no se había dado
cuenta de que se había muerto. Simplemente, un día se había levantado para ir
a dar clase, y se había dejado el cuerpo en una butaca, delante de la chimenea
de la sala de profesores. Desde entonces, había seguido la misma rutina sin la
más leve variación.

Aquel día fue igual de aburrido. El profesor Binns abrió sus apuntes y los
leyó con un sonsonete monótono, como el de una aspiradora vieja, hasta que
casi toda la clase hubo entrado en un sopor profundo, sólo alterado de vez en
cuando el tiempo suficiente para tomar nota de un nombre o de una fecha, y
volver a adormecerse. Llevaba una media hora hablando cuando ocurrió algo
insólito: Hermione alzó la mano.

El profesor Binns, levantando la vista a mitad de una lección
horrorosamente aburrida sobre la Convención Internacional de Brujos de 1289,
pareció sorprendido.

—¿Señorita...?

—Granger, profesor. Pensaba que quizá usted pudiera hablarnos sobre la


Cámara de los Secretos —dijo Hermione con voz clara.

Dean Thomas, que había permanecido boquiabierto, mirando por la
ventana, salió de su trance dando un respingo. Lavender Brown levantó la
cabeza y a Neville le resbaló el codo de la mesa.

El profesor Binns parpadeó.

—Mi disciplina es la Historia de la Magia —dijo con su voz seca,
jadeante—. Me ocupo de los hechos, señorita Granger, no de los mitos ni de
las leyendas. —Se aclaró la garganta con un pequeño ruido que fue como un
chirrido de tiza, y prosiguió—: En septiembre de aquel año, un subcomité de
hechiceros sardos...

Balbució y se detuvo. De nuevo, en el aire, se agitaba la mano de
Hermione.

—¿Señorita Grant?

—Disculpe, señor, ¿no tienen siempre las leyendas una base real?

El profesor Binns la miraba con tal estupor, que Harry adivinó que ningún
estudiante lo había interrumpido nunca, ni estando vivo ni estando muerto.

—Veamos —dijo lentamente el profesor Binns—, sí, creo que eso se
podría discutir. —Miró a Hermione como si nunca hubiera visto bien a un
estudiante—. Sin embargo, la leyenda por la que usted me pregunta es una
patraña hasta tal punto exagerada, yo diría incluso absurda...

La clase entera estaba ahora pendiente de las palabras del profesor Binns;
éste miró a sus alumnos y vio que todas las caras estaban vueltas hacia él.
Harry se sentía completamente desconcertado al ver unas muestras de interés
tan inusitadas.

—Muy bien —dijo despacio—. Veamos... la Cámara de los Secretos...
Todos ustedes saben, naturalmente, que Hogwarts fue fundado hace unos mil
años (no sabemos con certeza la fecha exacta) por los cuatro brujos más
importantes de la época. Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de
ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar
Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este castillo, lejos de las miradas
indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente
tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución.

Se detuvo, miró a la clase con los ojos empañados y continuó:

—Durante algunos años, los fundadores trabajaron conjuntamente en
armonía, buscando jóvenes que dieran muestras de aptitud para la magia y
trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre
ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás. Slytherin deseaba
ser más selectivo con los estudiantes que se admitían en Hogwarts. Pensaba
que la enseñanza de la magia debería reservarse para las familias de magos.
Lo desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos


de confianza. Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y
Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio.

El profesor Binns se detuvo de nuevo y frunció la boca, como una tortuga
vieja llena de arrugas.

—Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedignas —dijo—, pero
estos simples hechos quedaron ocultos tras la leyenda fantástica de la Cámara
de los Secretos. La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el castillo
una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fundadores.

»Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Secretos para que
nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el
heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que
contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tienen derecho a
aprender magia.

Cuando terminó de contar la historia, se hizo el silencio, pero no era el
silencio habitual, soporífero, de las clases del profesor Binns. Flotaba en el aire
un desasosiego, y todo el mundo le seguía mirando, esperando que continuara.
El profesor Binns parecía levemente molesto.

—Por supuesto, esta historia es un completo disparate —añadió—.
Naturalmente, el colegio entero ha sido registrado varias veces en busca de la
cámara, por los magos mejor preparados. No existe. Es un cuento inventado
para asustar a los crédulos.

Hermione volvió a levantar la mano.

—Profesor..., ¿a qué se refiere usted exactamente al decir «el horror que
contiene» la cámara?

—Se cree que es algún tipo de monstruo, al que sólo podrá dominar el
heredero de Slytherin —explicó el profesor Binns con su voz seca y aflautada.

La clase intercambió miradas nerviosas.

—Pero ya les digo que no existe —añadió el profesor Binns, revolviendo en
sus apuntes—. No hay tal cámara ni tal monstruo.

—Pero, profesor —comentó Seamus Finnigan—, si sólo el auténtico
heredero de Slytherin puede abrir la cámara, nadie más podría encontrarla,
¿no?

—Tonterías, O’Flaherty —repuso el profesor Binns en tono algo airado—,
si una larga sucesión de directores de Hogwarts no la han encontrado...

—Pero, profesor —intervino Parvati Patil—, probablemente haya que
emplear magia negra para abrirla...

—El hecho de que un mago no utilice la magia negra no quiere decir que
no pueda emplearla, señorita Patati —le interrumpió el profesor Binns—.


Insisto, si los predecesores de Dumbledore...

—Pero tal vez sea preciso estar relacionado con Slytherin, y por eso
Dumbledore no podría... —apuntó Dean Thomas, pero el profesor Binns ya
estaba harto.

—Ya basta —dijo bruscamente—. ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el
menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trastero! Me
arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por
favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables.

Y en cinco minutos, la clase se sumergió de nuevo en su sopor habitual.

—Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a
Harry y Hermione, mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al
término de las clases, para dejar las bolsas en la habitación antes de ir a cenar—.
Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este
asunto de la limpieza de sangre. No me quedaría en su casa aunque me
pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido
mandarme a Slytherin, yo me habría vuelto derecho a casa en el tren.

Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Harry no dijo nada.
Tenía el corazón encogido de la angustia.

Harry no había dicho nunca a Ron y Hermione que el Sombrero
Seleccionador había considerado seriamente la posibilidad de enviarlo a
Slytherin. Recordaba, como si hubiera ocurrido el día anterior, la vocecita que
le había hablado al oído cuando, un año antes, se había puesto el Sombrero
Seleccionador.

Podrías ser muy grande, ¿sabes?, lo tienes todo en tu cabeza y

Slytherin te ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas,

¿verdad?

Pero Harry, que ya conocía la reputación de la casa de Slytherin por los
brujos de magia negra que salían de ella, había pensado desesperadamente
«¡Slytherin no!», y el sombrero había terminado diciendo:

Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!


Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey.
—¡Eh, Harry!
—¡Hola, Colin! —dijo Harry sin darse cuenta.
—Harry, Harry.., en mi clase un chaval ha estado diciendo que tú eres...
Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente

que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Le oyeron chillar:

—¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.

—¿Qué es lo que dice sobre ti un chaval de su clase? —preguntó

Hermione.

—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —dijo Harry, y el corazón se
le encogió un poco más al recordar cómo lo había rehuido Justin Finch-
Fletchley a la hora de la comida.

—La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —dijo Ron, con
disgusto.

La masa de alumnos se aclaró, y consiguieron subir sin dificultad al
siguiente rellano.

—¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó
Ron a Hermione.

—No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue
capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera
que la atacase no debía de ser..., bueno..., humano.

Al doblar la esquina se encontraron en un extremo del mismo corredor en
que había tenido lugar la agresión. Se detuvieron y miraron. El lugar estaba tal
como lo habían encontrado aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba
de la argolla en que se fijaba la antorcha, y que había una silla apoyada contra

la pared del mensaje: «La cámara ha sido abierta.»

—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.

Se miraron unos a otros. El corredor se encontraba desierto.

—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en

el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.

—¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí... y aquí!

—¡Ven y mira esto! —dijo Hermione—. Es extraño.

Harry se levantó y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de


la pared. Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de
arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una
pequeña grieta en el cristal. Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y
daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir
apresuradamente.

—¿Habíais visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —
preguntó Hermione, perpleja.

—Yo no —dijo Harry—. ¿Y tú, Ron? ¿Ron?

Volvió la cabeza hacia su amigo. Ron había retrocedido y parecía estar
luchando contra el impulso de salir corriendo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Harry.

—No... no me gustan... las arañas —dijo Ron, nervioso.

—No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado
arañas muchas veces en la clase de Pociones...

—Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución
de mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que
se mueven.

Hermione soltó una risita tonta.

—No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si quieres
saberlo, cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi... mi osito de peluche en
una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A
ti tampoco te harían gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de
repente muchas patas y...

Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía
aguantándose la risa. Pensando que sería mejor cambiar de tema, Harry dijo:

—¿Recordáis toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien
ha pasado la fregona.

—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más
allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.

Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente,
como si se hubiera quemado.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry

—No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.

—Pero Ron, si no habrá nadie dentro —dijo Hermione, poniéndose
derecha y acercándose—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Venga,
echemos un vistazo.


Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», Hermione abrió la puerta.

Era el cuarto de baño más triste y deprimente en que Harry había puesto
nunca los pies. Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una
fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba
la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en
sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una
colgaba fuera de los goznes.

Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y se fue hasta el
último retrete. Cuando llegó, dijo:

—Hola, Myrtle, ¿qué tal?

Harry y Ron se acercaron a ver. Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna
del retrete, reventándose un grano de la barbilla.

—Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y
ellos no son chicas.

—No —confirmé Hermione—. Sólo quería enseñarles lo... lo bien que se
está aquí.

Con la mano, indicó vagamente el espejo viejo y sucio, y el suelo húmedo.

—Pregúntale si vio algo —dijo Harry a Hermione, sin pronunciar, para que
le leyera en los labios.

—¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.

—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar...

—¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —dijo Myrtle,
con la voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿sabéis?, aunque
esté muerta.

—Myrtle, nadie quiere molestarte —dijo Hermione—. Harry sólo...

—¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —gimió Myrtle—. ¡Mi
vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a
amargarme la muerte!

—Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo
Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un
gato justo al otro lado de tu puerta.

—¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.

—No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo
Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy...,
que estoy...


—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar. Myrtle sollozó
trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza
del retrete, salpicándoles, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia
de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.

Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione, que ya
estaba harta, se encogió de hombros, y les dijo:

—Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos...

Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle,
cuando una potente voz les hizo dar un respingo a los tres.

—¡RON!

Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había
detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.

—¡Esos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

—Sólo echaba un vistazo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—.
Buscando pistas, ya sabes...

Percy parecía a punto de estallar. A Harry le recordó mucho a la señora
Weasley.

—Marchaos... fuera... de aquí... —dijo, caminando hacia ellos con paso
firme y agitando los brazos para echarlos—. ¿No os dais cuenta de lo que
podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?

—¿Por qué no podemos estar aquí? —repuso Ron acaloradamente,
parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le
hemos tocado un pelo a ese gato!

—Eso es lo que dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella
todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando
amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero
están asustados.

—A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—,
a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser
Representante del Colegio.

—¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —dijo Percy secamente,
llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe
la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!

Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de
Ron.


Aquella noche, en la sala común, Harry, Ron y Hermione escogieron los
asientos más alejados del de Percy. Ron estaba todavía de muy mal humor y
seguía emborronando sus deberes de Encantamientos. Cuando, sin darse
cuenta, cogió su varita mágica para quitar las manchas, el pergamino empezó
a arder. Casi echando tanto humo como sus deberes, Ron cerró de golpe El
libro reglamentario de hechizos (clase 2). Para sorpresa de Harry, Hermione lo
imitó.

—Pero ¿quién podría ser? —dijo con voz tranquila, como si continuara una
conversación que hubieran estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de
Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?

—Pensemos —dijo Harry con simulado desconcierto—. ¿Conocemos a
alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?

Miró a Hermione. Hermione miró hacia atrás, poco convencida.

—Si te refieres a Malfoy...

—¡Naturalmente! —dijo Ron—. Ya lo oísteis: «¡Los próximos seréis los
sangre sucia!» Venga, no hay más que ver su asquerosa cara de rata para
saber que es él...

—¿Malfoy, el heredero de Slytherin? —dijo escépticamente Hermione.

—Fíjate en su familia —dijo Harry, cerrando también sus libros—. Todos
han pertenecido a Slytherin, él siempre alardea de ello. Podrían perfectamente
ser descendientes del mismo Slytherin. Su padre es un verdadero malvado.

—¡Podrían haber conservado durante siglos la llave de la Cámara de los
Secretos! —dijo Ron—. Pasándosela de padres a hijos...

—Bueno —dijo cautamente Hermione—, supongo que puede ser.

—Pero ¿cómo podríamos demostrarlo? —preguntó Harry; en tono de
misterio.

—Habría una manera —dijo Hermione hablando despacio, bajando aún
más la voz y echando una fugaz mirada a Percy—. Por supuesto, sería difícil. Y
peligroso, muy peligroso. Calculo que quebrantaríamos unas cincuenta normas
del colegio.

—Si, dentro de un mes más o menos, te parece que podrías empezar a
explicárnoslo, háznoslo saber, ¿vale? —dijo Ron, airado.

—De acuerdo —repuso fríamente Hermione—. Lo que tendríamos que
hacer es entrar en la sala común de Slytherin y hacerle a Malfoy algunas
preguntas sin que sospeche que somos nosotros.


—Pero eso es imposible —dijo Harry, mientras Ron se reía.

—No, no lo es —repuso Hermione—. Lo único que nos haría falta es una
poción multijugos.

—¿Qué es eso? —preguntaron a la vez Harry y Ron.

—Snape la mencionó en clase hace unas semanas.

—¿Piensas que no tenemos nada mejor que hacer en la clase de Pociones
que escuchar a Snape? —dijo Ron.

—Esa poción lo transforma a uno en otra persona. ¡Pensad en ello! Nos
podríamos convertir en tres estudiantes de Slytherin. Nadie nos reconocería. Y
seguramente Malfoy nos diría algo. Lo más probable es que ahora mismo esté
alardeando de ello en la sala común de Slytherin.

—Esto del multijugos me parece un poco peligroso —dijo Ron, frunciendo
el entrecejo—. ¿Y si nos quedamos para siempre convertidos en tres de
Slytherin?

—El efecto se pasa después de un rato —dijo Hermione, haciendo un
gesto con la mano como para descartar ese inconveniente—, pero lo realmente
difícil será conseguir la receta. Snape dijo que se encontraba en un libro
llamado Moste Potente Potions que se encuentra en la Sección Prohibida de la
biblioteca.

Solamente había una manera de conseguir un libro de la Sección
Prohibida: con el permiso por escrito de un profesor.

—Será difícil explicar para qué queremos ese libro si no es para hacer
alguna de las pociones.

—Creo —dijo Hermione— que si consiguiéramos dar la impresión de que
estábamos interesados únicamente en la teoría, tendríamos alguna
posibilidad...

—No te fastidia... ningún profesor se va a tragar eso —dijo Ron—. Tendría
que ser muy tonto...

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