lunes, 28 de agosto de 2017

Capitulo 2. La advertencia de Dobby

Harry no gritó, pero estuvo a punto. La pequeña criatura que yacía en la cama
tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos
verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis. En aquel mismo instante,
Harry tuvo la certeza de que aquella cosa era lo que le había estado vigilando
por la mañana desde el seto del jardín.

La criatura y él se quedaron mirando uno al otro, y Harry oyó la voz de
Dudley proveniente del recibidor.

—¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?

Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan
profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Harry se
dio cuenta de que iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con
agujeros para sacar los brazos y las piernas.

—Esto..., hola —saludó Harry, azorado.

—Harry Potter —dijo la criatura con una voz tan aguda que Harry estaba
seguro de que se había oído en el piso de abaje—, hace mucho tiempo que
Dobby quería conocerle, señor... Es un gran honor...

—Gra-gracias —respondió Harry, que avanzando pegado a la pared
alcanzó la silla del escritorio y se sentó. A su lado estaba Hedwig, dormida en
su gran jaula. Quiso preguntarle «¿Qué es usted?», pero pensó que sonaría
demasiado grosero, así que dijo:

—¿Quién es usted?

—Dobby, señor. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico —contestó la
criatura.


—¿De verdad? —dijo Harry—. Bueno, no quisiera ser descortés, pero no
me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico.

De la sala de estar llegaban las risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la
cabeza.

—Estoy encantado de conocerlo —se apresuró a añadir Harry—. Pero, en
fin, ¿ha venido por algún motivo en especial?

—Sí, señor —contestó Dobby con franqueza—. Dobby ha venido a decirle,
señor..., no es fácil, señor... Dobby se pregunta por dónde empezar...

—Siéntese —dijo Harry educadamente, señalando la cama.

Para consternación suya, el elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.

—¡Sen-sentarme! —gimió—. Nunca, nunca en mi vida...

A Harry le pareció oír que en el piso de abajo hablaban entrecortadamente.

—Lo siento —murmuró—, no quise ofenderle.

—¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con voz disgustada—. A Dobby
ningún mago le había pedido nunca que se sentara..., como si fuera un igual.

Harry, procurando hacer «¡chss!» sin dejar de parecer hospitalario, indicó a
Dobby un lugar en la cama, y el elfo se sentó hipando. Parecía un muñeco
grande y muy feo. Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos fijos en
Harry, mirándole con devoción.

—Se ve que no ha conocido a muchos magos educados —dijo Harry,
intentando animarle.

Dobby negó con la cabeza. A continuación, sin previo aviso, se levantó y
se puso a darse golpes con la cabeza contra la ventana, gritando: «¡Dobby
malo! ¡Dobby malo!»

—No..., ¿qué está haciendo? —Harry dio un bufido, se acercó al elfo de un
salto y tiró de él hasta devolverlo a la cama. Hedwig se acababa de despertar
dando un fortísimo chillido y se puso a batir las alas furiosamente contra las
barras de la jaula.

—Dobby tenía que castigarse, señor —explicó el elfo, que se había
quedado un poco bizco—. Dobby ha estado a punto de hablar mal de su
familia, señor.

—¿Su familia?

—La familia de magos a la que sirve Dobby, señor. Dobby es un elfo
doméstico, destinado a servir en una casa y a una familia para siempre.

—¿Y saben que está aquí? —preguntó Harry con curiosidad.


Dobby se estremeció.

—No, no, señor, no... Dobby tendría que castigarse muy severamente por
haber venido a verle, señor. Tendría que pillarse las orejas en la puerta del

horno, si llegaran a enterarse.

—Pero ¿no advertirán que se ha pillado las orejas en la puerta del horno?

—Dobby lo duda, señor. Dobby siempre se está castigando por algún

motivo, señor. Lo dejan de mi cuenta, señor. A veces me recuerdan que tengo
que someterme a algún castigo adicional.

—Pero ¿por qué no los abandona? ¿Por qué no huye?

—Un elfo doméstico sólo puede ser libertado por su familia, señor. Y la
familia nunca pondrá en libertad a Dobby... Dobby servirá a la familia hasta el
día que muera, señor.

Harry lo miró fijamente.

—Y yo que me consideraba desgraciado por tener que pasar otras cuatro
semanas aquí —dijo—. Lo que me cuenta hace que los Dursley parezcan
incluso humanos. ¿Y nadie puede ayudarle? ¿Puedo hacer algo?

Casi al instante, Harry deseó no haber dicho nada. Dobby se deshizo de
nuevo en gemidos de gratitud.

—Por favor —susurró Harry desesperado—, por favor, no haga ruido. Si
los Dursley le oyen, si se enteran de que está usted aquí...

—Harry Potter pregunta si puede ayudar a Dobby... Dobby estaba al tanto

de su grandeza, señor, pero no conocía su bondad...

Harry, consciente de que se estaba ruborizando, dijo:

—Sea lo que fuere lo que ha oído sobre mi grandeza, no son más que

mentiras. Ni siquiera soy el primero de la clase en Hogwarts, es Hermione,
ella...

Pero se detuvo enseguida, porque le dolía pensar en Hermione.

—Harry Potter es humilde y modesto —dijo Dobby, respetuoso. Le
resplandecían los ojos grandes y redondos—. Harry Potter no habla de su
triunfo sobre El-que-no-debe-ser-nombrado.

—¿Voldemort? —preguntó Harry.

Dobby se tapó los oídos con las manos y gimió:

—¡Señor, no pronuncie ese nombre! ¡No pronuncie ese nombre!

—¡Perdón! —se apresuró a decir—. Sé de muchísima gente a la que no le

gusta que se diga..., mi amigo Ron...


Se detuvo. También era doloroso pensar en Ron.

Dobby se inclinó hacia Harry, con los ojos tan abiertos como faros.

—Dobby ha oído —dijo con voz quebrada— que Harry Potter tuvo un
segundo encuentro con el Señor Tenebroso, hace sólo unas semanas..., y que
Harry Potter escapó nuevamente.

Harry asintió con la cabeza, y a Dobby se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¡Ay, señor! —exclamó, frotándose la cara con una punta del sucio
almohadón que llevaba puesto—. ¡Harry Potter es valiente y arrojado! ¡Ha
afrontado ya muchos peligros! Pero Dobby ha venido a proteger a Harry Potter,
a advertirle, aunque más tarde tenga que pillarse las orejas en la puerta del
horno, de que Harry Potter no debe regresar a Hogwarts.

Hubo un silencio, sólo roto por el tintineo de tenedores y cuchillos que
venía del piso inferior, y el distante rumor de la voz de tío Vernon.

—¿Qué-qué? —tartamudeó Harry—. Pero si tengo que regresar; el curso
empieza el 1 de septiembre. Eso es lo único que me ilusiona. Usted no sabe lo
que es vivir aquí. Yo no pertenezco a esta casa, pertenezco al mundo de
Hogwarts.

—No, no, no —chilló Dobby, sacudiendo la cabeza con tanta fuerza que se
daba golpes con las orejas—. Harry Potter debe estar donde no peligre su
seguridad. Es demasiado importante, demasiado bueno, para que lo perdamos.
Si Harry Potter vuelve a Hogwarts, estará en peligro mortal.

—¿Por qué? —preguntó Harry sorprendido.

—Hay una conspiración, Harry Potter. Una conspiración para hacer que
este año sucedan las cosas más terribles en el Colegio Hogwarts de Magia —
susurró Dobby, sintiendo un temblor repentino por todo el cuerpo—. Hace
meses que Dobby lo sabe, señor. Harry Potter no debe exponerse al peligro:
¡es demasiado importante, señor!

—¿Qué cosas terribles? —preguntó inmediatamente Harry—. ¿Quién las
está tramando?

Dobby hizo un extraño ruido ahogado y acto seguido se empezó a golpear
la cabeza furiosamente contra la pared.

—¡Está bien! —gritó Harry, sujetando al elfo del brazo para detenerlo—. No
puede decirlo, lo comprendo. Pero ¿por qué ha venido usted a avisarme? —Un
pensamiento repentino y desagradable lo sacudió—. ¡Un momento! Esto no
tiene nada que ver con Vol..., perdón, con Quien-usted-sabe, ¿verdad? Basta
con que asiente o niegue con la cabeza —añadió apresuradamente, porque
Dobby ya se disponía a golpearse de nuevo contra la pared.

Dobby movió lentamente la cabeza de lado a lado.


—No, no se trata de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado, señor.

Pero Dobby tenía los ojos muy abiertos y parecía que trataba de darle una
pista. Harry, sin embargo, estaba completamente desorientado.

—Él no tiene hermanos, ¿verdad?

Dobby negó con la cabeza, con los ojos más abiertos que nunca.

—Bueno, siendo así, no puedo imaginar quién más podría provocar que en
Hogwarts sucedieran cosas terribles —dijo Harry—. Quiero decir que, además,
allí está Dumbledore. ¿Sabe usted quién es Dumbledore?

Dobby hizo una inclinación con la cabeza.

—Albus Dumbledore es el mejor director que ha tenido Hogwarts. Dobby lo
sabe, señor. Dobby ha oído que los poderes de Dumbledore rivalizan con los
de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado. Pero, señor —la voz de Dobby se transformó
en un apresurado susurro—, hay poderes que Dumbledore no..., poderes
que ningún mago honesto...

Y antes de que Harry pudiera detenerlo, Dobby saltó de la cama, cogió la
lámpara de la mesa de Harry y empezó a golpearse con ella en la cabeza
lanzando unos alaridos que destrozaban los tímpanos.

En el piso inferior se hizo un silencio repentino. Dos segundos después,
Harry, con el corazón palpitándole frenéticamente, oyó que tío Vernon se
acercaba, explicando en voz alta:

—¡Dudley debe de haberse dejado otra vez el televisor encendido, el muy
tunante!

—¡Rápido! ¡En el ropero! —dijo Harry, empujando a Dobby, cerrando la
puerta y echándose en la cama en el preciso instante en que giraba el pomo de
la puerta.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó tío Vernon rechinando los
dientes, su cara espantosamente cerca de la de Harry—. Acabas de arruinar el
final de mi chiste sobre el jugador japonés de golf... ¡Un ruido más, y desearás
no haber nacido, mocoso!

Tío Vernon salió de la habitación pisando fuerte con sus pies planos.

Harry, temblando, abrió la puerta del armario y dejó salir a Dobby.

—¿Se da cuenta de lo que es vivir aquí? —le dijo—. ¿Ve por qué debo
volver a Hogwarts? Es el único lugar donde tengo..., bueno, donde creo que
tengo amigos.

—¿Amigos que ni siquiera escriben a Harry Potter? —preguntó
maliciosamente.


—Supongo que habrán estado... ¡Un momento! —dijo Harry, frunciendo el
entrecejo—. ¿Cómo sabe usted que mis amigos no me han escrito?

Dobby cambió los pies de posición.

—Harry Potter no debe enfadarse con Dobby. Dobby pensó que era lo
mejor...

—¿Ha interceptado usted mis cartas?

—Dobby las tiene aquí, señor —dijo el elfo, y escapando ágilmente del
alcance de Harry, extrajo un grueso fajo de sobres del almohadón que llevaba
puesto. Harry pudo distinguir la esmerada caligrafía de Hermione, los
irregulares trazos de Ron, y hasta un garabato que parecía salido de la mano
de Hagrid, el guardabosques de Hogwarts.

Dobby, inquieto, miró a Harry y parpadeó.

—Harry Potter no debe enfadarse... Dobby pensaba... que si Harry Potter
creía que sus amigos lo habían olvidado... Harry Potter no querría volver al
colegio, señor.

Harry no escuchaba. Se abalanzó sobre las cartas, pero Dobby lo esquivó.

—Harry Potter las tendrá, señor, si le da a Dobby su palabra de que no
volverá a Hogwarts. ¡Señor, es un riesgo que no debe afrontar! ¡Dígame que no
irá, señor!

—¡Iré! —dijo Harry enojado—. ¡Déme las cartas de mis amigos!

—Entonces, Harry Potter no le deja a Dobby otra opción —dijo apenado el
elfo.

Antes de que Harry pudiera hacer algún movimiento, Dobby se había
lanzado como una flecha hacia la puerta del dormitorio, la había abierto y había
bajado las escaleras corriendo.

Con la boca seca y el corazón en un puño, Harry salió detrás de él,
intentando no hacer ruido. Saltó los últimos seis escalones, cayó como un gato
sobre la alfombra del recibidor y buscó a Dobby. Del comedor venía la voz de
tío Vernon que decía:

—... señor Mason, cuéntele a Petunia aquella divertida anécdota de los
fontaneros americanos, se muere de ganas de oírla...

Harry cruzó el vestíbulo, y al llegar a la cocina, sintió que se le venía el
mundo encima.

El pudín magistral de tía Petunia, el montículo de nata y violetas de azúcar,
flotaba cerca del techo. Dobby estaba en cuclillas sobre el armario que había
en un rincón.


—No —rogó Harry con voz ronca—. Se lo ruego..., me matarán.. .

—Harry Potter debe prometer que no irá al colegio.

—Dobby..., por favor...

—Dígalo, señor...

—¡No puedo!

—Entonces Dobby tendrá que hacerlo, señor, por el bien de Harry Potter.

El pudín cayó al suelo con un estrépito capaz de provocar un infarto. El
plato se hizo añicos y la nata salpicó ventanas y paredes. Dando un chasquido
como el de un látigo, Dobby desapareció.

Del comedor llegaron unos alaridos y tío Vernon entró de sopetón en la
cocina y halló a Harry paralizado por el susto y cubierto de la cabeza a los pies
con los restos del pudín de tía Petunia.

Al principio le pareció que tío Vernon aún podría disimular el desastre
(«nuestro sobrino, ya ven..., está muy mal..., se altera al ver a desconocidos,
así que lo tenemos en el piso de arriba...»). Llevó a los impresionados Mason
de nuevo al comedor, prometió a Harry que, en cuanto se fueran, lo desollaría
vivo, y le puso una fregona en las manos. Tía Petunia sacó helado del
congelador y Harry, todavía temblando, se puso a fregar la cocina.

Tío Vernon podría haberlo solucionado de esta manera, si no hubiera sido
por la lechuza.

En el preciso instante en que tía Petunia estaba ofreciendo a sus invitados
unos bombones de menta, una lechuza penetró por la ventana del comedor,
dejó caer una carta sobre la cabeza de la señora Mason y volvió a salir. La
señora Mason gritó como una histérica y huyó de la casa exclamando algo
sobre los locos. El señor Mason se quedó sólo lo suficiente para explicarles a
los Dursley que su mujer tenía pánico a los pájaros de cualquier tipo y tamaño,
y para preguntarles si aquélla era su forma de gastar bromas.

Harry estaba en la cocina, agarrado a la fregona para no caerse, cuando
tío Vernon avanzó hacia él con un destello demoníaco en sus ojos diminutos.

—¡Léela! —dijo hecho una furia y blandiendo la carta que había dejado la
lechuza—. ¡Vamos, léela!

Harry la cogió. No se trataba de ninguna felicitación por su cumpleaños.

Estimado Señor Potter:

Hemos recibido la información de que un hechizo levitatorio ha
sido usado en su lugar de residencia esta misma noche a las nueve y


doce minutos.

Como usted sabe, a los magos menores de edad no se les permite
realizar conjuros fuera del recinto escolar y reincidir en el uso de la
magia podría acarrearle la expulsión del colegio (Decreto para la moderada
limitación de la brujería en menores de edad, 1875, artículo
tercero).

Asimismo le recordamos que se considera falta grave realizar
cualquier actividad mágica que entrañe un riesgo de ser advertida por
miembros de la comunidad no mágica o muggles (Sección decimotercera
de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de
los Brujos).

¡Que disfrute de unas buenas vacaciones!

Afectuosamente,

Mafalda Hopkirk

Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia

Ministerio de Magia

Harry levantó la vista de la carta y tragó saliva.

—No nos habías dicho que no se te permitía hacer magia fuera del colegio
—dijo tío Vernon, con una chispa de rabia en los ojos—. Olvidaste
mencionarlo... Un grave descuido, me atrevería a decir...

Se echaba por momentos encima de Harry como un gran buldog,
enseñando los dientes.

—Bueno, muchacho, ¿sabes qué te digo? Te voy a encerrar... Nunca
regresarás a ese colegio... Nunca... Y si utilizas la magia para escaparte, ¡te
expulsarán!

Y, riéndose como un loco, lo arrastró escaleras arriba.

Tío Vernon fue tan duro con Harry como había prometido. A la mañana
siguiente, mandó poner una reja en la ventana de su dormitorio e hizo una
gatera en la puerta para pasarle tres veces al día una mísera cantidad de
comida. Sólo lo dejaban salir por la mañana y por la noche para ir al baño.
Aparte de eso, permanecía encerrado en su habitación las veinticuatro horas
del día.


Al cabo de tres días, no había indicios de que los Dursley se hubieran apiadado
de él, y Harry no encontraba la manera de escapar de su situación. Pasaba el
tiempo tumbado en la cama, viendo ponerse el sol tras la reja de la ventana y
preguntándose entristecido qué sería de él.

¿De qué le serviría utilizar sus poderes mágicos para escapar de la
habitación, si luego lo expulsaban de Hogwarts por hacerlo? Por otro lado, la
vida en Privet Drive nunca había sido tan penosa. Ahora que los Dursley
sabían que no se iban a despertar por la mañana convertidos en murciélagos,
había perdido su única defensa. Tal vez Dobby lo había salvado de los
horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal como estaban las
cosas lo mas probable era que muriese de inanición

Se abrió la gatera y apareció la mano de tía Petunia, que introdujo en la
habitación un cuenco de sopa de lata. Harry, a quien las tripas le dolían de
hambre, saltó de la cama y se abalanzó sobre el cuenco. La sopa estaba
completamente fría, pero se bebió la mitad de un trago. Luego se fue hasta la
jaula de Hedwig y le puso en el comedero vacío los trozos de verdura
embebidos del caldo que quedaban en el fondo del cuenco. La lechuza erizó
las plumas y lo miró con expresión de asco intenso.

—No debes despreciarlo, es todo lo que tenemos —dijo Harry con tristeza.

Volvió a dejar el cuenco vacío en el suelo, junto a la gatera, y se echó otra
vez en la cama, casi con más hambre que la que tenía antes de tomarse la
sopa.

Suponiendo que siguiera vivo cuatro semanas más tarde, ¿qué sucedería
si no se presentaba en Hogwarts? ¿Enviarían a alguien a averiguar por qué no
había vuelto? ¿Podrían conseguir que los Dursley lo dejaran ir?

La habitación estaba cada vez más oscura. Exhausto, con las tripas
rugiéndole y el cerebro dando vueltas a aquellas preguntas sin respuesta,
Harry concilió un sueño agitado.

Soñó que lo exhibían en un zoo, dentro de una jaula con un letrero que
decía «Mago menor de edad». Por entre los barrotes, la gente lo miraba con
ojos asombrados mientras él yacía, débil y hambriento, sobre un jergón. Entre
la multitud veía el rostro de Dobby y le pedía ayuda a voces, pero Dobby se
excusaba diciendo: «Harry Potter está seguro en este lugar, señor», y
desaparecía. Luego llegaban los Dursley, y Dudley repiqueteaba los barrotes
de la jaula, riéndose de él.

—¡Para! —dijo Harry, sintiendo el golpeteo en su dolorida cabeza—.
Déjame en paz... Basta ya..., estoy intentando dormir...

Abrió los ojos. La luz de la luna brillaba por entre los barrotes de la
ventana. Y alguien, con los ojos muy abiertos, lo miraba tras la reja: alguien con
la cara llena de pecas, el pelo cobrizo y la nariz larga.

Ron Weasley estaba afuera en la ventana.

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